Para ser franco he de reconocer que no esperaba que Alejandro Valverde hiciera segundo en el Alto del Angliru. Ni segundo ni décimo. Esperaba que en un puerto tan exigente y que prima sobre todo a corredores livianos, hincaría definitivamente la rodilla. Está claro que es uno de los pocos corredores capaces de sorprender a todo el mundo. En lo bueno y en lo malo. Ahí radica parte de su encanto.
También tengo que aceptar que está realizando una Vuelta de mucho mérito. Él y Carlos Sastre. Correr y disputar el Tour de Francia, ir hasta China a por el Oro Olímpico y tener, aún, arrestos para luchar por la Vuelta a España es digno de elogio. Son dos ejemplos de profesionalidad que merecen ser imitados.
Pero la realidad no se puede ocultar. Valverde sigue apareciendo cuando no se le espera y no contesta cuando se le llama. De esa forma no se puede ganar una vuelta de tres semanas.
El esfuerzo ingente que ha realizado el Caisse D’Epargne ha expuesto cual ere el plan de Eusebio Unzue. El puerto de San Isidro, con tramos duros y otros no tanto, es, teóricamente, el puerto ideal para Alejandro Valverde, acostumbrado a realizar esfuerzos cortos y muy intensos. Aunque las razón de su hundimiento es muy simple, viéndole subir la víspera el Angliru, es incomprensible. Ese es Alejandro Valverde.
Decía el propio corredor tras el fiasco de Suances que no sabía si terminaría la Vuelta o se retiraría para preparar el Campeonato del Mundo. Me temo que es muy tarde.
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