El descuido de la víspera le costó caro a Levi Leipheimer, uno de los claros favoritos para este Giro de Italia. Se dejó la nada despreciable desventaja de 49 segundos con respecto a Di Luca, un lince en ese tipo de situaciones. Todo se debió a un error, un simple error que un aspirante a una gran vuelta jamás debería cometer. Seguro, pensaría él, que una vez superado el alto de segunda categoría todo estaba hecho. Nada le impediría llegar junto al resto de adversarios. Así suele ser la mayoría de las veces, pero no cuando entran en juego los italianos, especialistas en sacar petróleo de cualquier situación. Se retrasó unos centímetros, luego unos metros, luego unos cuantos de cientos, dudó a la hora de trabajar o de esperar a Armstrong y se le fueron 29 segundos en meta más los de la bonificación que obtuvo Di Luca. Casi nada.
Pero de los errores se aprende. O se debe. Y Leipheimer y sus compañeros lo han hecho. Ayer, antes de la bajada del Turquino, Lance Armstrong tomó las riendas del pelotón y dirigió a su líder en cabeza del mismo para que no repitiera ningún contratiempo. Tomaron las responsabilidades que le corresponden a un líder, un líder que pese a que aún no luce el maillot rosa, lo hará tras la contrarreloj.
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