El ciclismo italiano siempre ha tenido una personalidad muy definida, propia. Muy particular. Y tanto los corredores, aficionados, organizadores y medios de comunicación han contribuido a ella. No han claudicado ante las modas de otros países, siempre se han mantenido fieles a un estilo. Muy suyo, si se quiere, pero puro.
Cuando tenían rodadores preparaban los recorridos a su gusto. Cuando los standartes eran escaladores hicieron crecer a los Dolomitas, para que Pantani, sobre todo, pero Ivan Gotti, Gilberto Simoni, Garzelli o Paolo Savoldelli y Danilo Di Luca pudieran llevarse la general del Giro.
En la Tirreno-Adriatico han suprimido la contrarrejoj, una especialidad con excesivo peso especifico en el ciclismo actual. De haber habido una crono de unos 20 kilómetros nada de lo que ha ocurrido hubiera sido posible. Hubiéramos asistido, casi seguro, a un paseo triunfal del mejor especialista del momento. Pero la Tirreno la han decidido dos segundos de bonificación en la última etapa. Dos segundos que han sido logrados brillantemente por Stefano Garzelli pese a que el Androni, equipo de Scarponi, ha intentado impedir con astucia pero lograr el objetivo perseguido.
La carrera ha sido disputada, brillante y emocionante. Se ha visto a esprinters, clasicómanos y escaladores casi por igual y sin que ninguno de ellos lo tuviera fácil para destacarse. El espectáculo del ciclismo yace en los corredores pero los organizadores pueden hacer algo por él. En la Tirreno tienen un ejemplo a copiar.
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