Oscar Freire ya se permite el lujo de jugar al escondite. Su clase le concede esos excesos. Nadie sabe si ha corrido la Tirreno-Adriático o la París-Niza. O si ha venido de entrenar en casa o de la playa. Lo que conoce todo el mundo es que ayer logró su tercera Milán-San Remo de forma magistral. Con una exhibición que lleva su sello.
Oscar Freire es todo. Es líder y es gregario. Es individual y colectivo, es todo un equipo. En las ruedas de prensa comentará con educación y diplomacia que su equipo realizó un gran trabajo para lograr esa victoria, pero nadie que viera la carrera no acertaría a dar un sólo nombre que estuviera a lado del ciclista cántabro. Tampoco hace falta. Para qué. Él se las ingenia solo. Es una de sus peculiaridades. La otra el saber estar en el sitio adecuado en el momento oportuno. En eso no tiene igual. Es único. Y lo reconoce todo el mundo. Lance Armstrong y Alberto Contador han sido unánimes en la definición de la victoria: clase. Es el don que la naturaleza otorga a sólo unos pocos seres humanos. No se inventa, no se entrena, es en balde pretender conseguirlo. O se tiene o no se tiene. Y Freire la tiene. Vaya si la tiene.
Enhorabuena Xabier por haber incluido a Freire entre los outsiders o favoritos escondidos a pesar de no hacer destacado hasta el momento.
La verdad es que me dió la impresión que ganaba con suma facilidad.