Peter Sagan no tiene parangón. La precocidad de ese niño es alucinante. Su cara no puede disimular los granos que aún arrastra de una adolescencia aún sin superar, seguramente dura en su Eslovenia natal. Pero su cuerpo es mucho más adulto. Al menos está muy bien dotado y muy bien preparado para el ciclismo. Va deprisa en solitario (segundo en el prólogo, quinto en París-Niza), y es rápido en grupos pequeños (dos etapas en París-Niza, uno, de momento en Romandía). Con esas facultades se puede hartar a ganar carreras. Es lo que parece que le depara el futuro.
La carrera que está llevando a cabo en Suiza es muy parecida a la de Francia, en la París-Niza. Pero hay un matiz muy importante que señalar, sobre todo teniendo en cuenta que tan sólo tiene 20 años. En la París-Niza no fue más que una agradable sorpresa para el ciclismo y una extraordinaria noticia para su equipo, que le está mimando con mucho esmero. Los diamantes hay que cuidarlos. En Romandia, en cambio, tiene los galones de un líder.
Ese es el cambio. Ayer todo su equipo trabajó para él y el niño no se achicó, sino todo lo contrario. Mostró la tranquilidad y experiencia de un auténtico veterano a la hora de afrontar el esprint. Acertó en todo. En la colocación, la rueda a seguir y con la distancia para hacer su propio esprint. A eso se le llama personalidad.
No tengo ni idea si ganara la carrera o no, lo más probable es que no, y tampoco creo que algún día gane el Tour o una vuelta grande, pero este niño será un chico muy malo para todos aquellos que lo quieran batir en clásicas y vueltas pequeñas.
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