La etapa de hoy en el Giro de Italia ha sido grande, mítica. Hacía tiempo que no se veía una etapa de ese tipo. Quedará en el recuerdo de los aficionados y corredores, la mejor señal de su importancia. Los aficionados han disfrutado de un ciclismo de otra época, en la que los corredores no siempre rodaban por carreteras asfaltadas. Los ciclistas habrán maldecido a los organizadores por haberles metido por pistas, pero el espectáculo ha sido grandioso, algo que necesita con urgencia este deporte.
No estoy a favor de ofrecer espectáculo a cualquier precio. Los ciclistas no son animales de circo. Hay que mimarlos, pero no en exceso. También tienen que entender que lo que atrae de verdad al aficionado es la lucha de unos deportistas extraordinarios en situaciones extremas. Eso normalmente ocurre en montaña. Pero no es imprescindible. Lo puede provocar el viento, el pavés, o carreteras sin asfaltar como hoy. Y si como ha ocurrido hoy el tiempo acompaña para que la dureza se incremente, el resultado es algo inolvidable.
Algunos criticarán la peligrosidad de esas carreteras sin asfaltar. Son más peligrosas, es un dato objetivo, y por eso hay que incrementar los cuidados. Eso depende del corredor, de su capacidad técnica, que normalmente no tiene casi ninguna incidencia en el resultado, pero a mi gusto, debería.
Todo el mundo aplaude el acierto de ciertos organizadores cuando a pocos kilómetros para la meta, meten con buen criterio, repechos con carreteras estrechas que provocan ataques y por ende se incremente la disputa y el espectáculo. Siempre que la integridad física del corredor esté asegurada yo aplaudiré cualquier decisión que facilite la lucha y el espectáculo. El ciclismo lo necesita.
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