Ha ganado Mark Cavendish. Por fin. Es una buena noticia para el ciclismo, que no se puede permitir el lujo de que sus mejores corredores no puedan rendir a su mejor nivel. Cavendish no lo ha podido hacer este año. Ha ido acumulando problemas de diferente tipo (personales, físicos, de compañerismo) hasta parecer un corredor normal. Nada que ver con lo que vimos el año pasado. Reims fue testigo de su impotencia. Tardó en arrancar, en salir de la estela de su compañero de equipo, y se le hizo tarde. Sus adversarios lo hicieron más rápido y mejor. Cavendish también lo intento. Pero le faltaba algo. Algo no, todo. Fuerza y confianza. Intentaba pedalear con rabia pero su interior estaba vacío. Miraba a un lado y a otro y no veía más que corredores que le rebasaban. 12º en meta. Golpe fuerte para su moral. Otro.
Pero en el mundo del esprint las cosas ocurren muy deprisa. En un segundo puedes estar bien colocado, y al siguiente estar cerrado. Se puede estar a punto de ganar la etapa, incluso de celebrarlo, y verse rebasado en el último centímetro. Todos los esprines son diferentes, no hay día igual. Montargis no ha tenido nada que ver con Reims. No para Cavendish, que se ha reencontrado a sí mismo con, seguramente, la victoria más importante de su carrera. La victoria que le ha devuelto la confianza.
Cavendish, tan rápido en el esprint como precoz en acostumbrarse a las victorias, ha recibido la primera lección que aprenden la mayoría de los ciclistas: la derrota. Él no la conocía. El año pasado ganó 23 carreras, todas importantes, todas con mucha facilidad. Era tan rápido que en un tris-tras era capaz de solventar la situación más complicada. Lo elevaron a un grado superior. Y él se lo creyó. Se creyó que era imbatible, y se equivocó. Su vida, privada y profesional, entró en un remolino que le ha obligado a girar como una peonza sin saber por donde tirar. Todo le salía mal. Hasta los esprint. Se caía y tiraba a sus adversarios. Le han caído críticas por doquier, por la prensa, por los adversarios y hasta de algún compañero de equipo. Con 25 años no es fácil digerir todo eso. Cavendish ha llorado en solitario y en público como ayer en el podium. Cayó desconsolado por la emoción de verse en el lugar que le corresponde y que, seguro, pensó que no volvería.
Al ganar la etapa gritó como un animal salvaje, al recibir el premio lloró como un niño desconsolado. Cavendish no conocía la derrota, los aficionados tampoco su lado más humano.
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