El líder del Tour anda nervioso. Mucha gente que lo conoce habla de su cambio, e incluso él ha reconocido que debería cambiar su actitud hacia la prensa. Se está mostrando muy tosco en sus declaraciones. Ha perdido esa ironía británica que le caracterizaba y lo convertía en un tipo simpático. Ahora, de repente, todo lo parece mal. Se niega a hablar en francés con el presentador del acto y amenaza con no presentarse en las ruedas de prensa si le preguntan más por el doping, que tantas veces ha negado y criticado.
Junto con las preguntas sobre el dopaje, la que más está teniendo que responder es la del supuesto lío con Froome. Él lo niega. Es normal. Es su deber. Pero desde aquel incidente camino de La Toussuire, Wiggins, tengo la sensación, está queriendo demostrar que es un líder sólido. Quiere demostrar su autoridad a toda costa. Por eso probablemente respondió personalmente a un ataque insignificante de Jerome Coppel (el 14ª a casi 12 minutos) en la dura subida al Granier en la 12ª etapa. Por eso, solucionó en primera instancia el movimiento de Evans en el Mont Saint Claire ayer, y quizá por eso se ha puesto hoy al mando del pelotón en el Mur de Peguere cuando no había ninguna necesidad para ello.
Y todos esos mensajes creo que van dirigidos a la misma persona: Chris Froome.
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