Dios no existe

Los dioses no existen, sólo son fruto de nuestra imaginación y como tal poco tienen que ver con la realidad. No hay más que ver la Tirreno-Adriático. Mark Cavendish, el dios de la victoria y la velocidad, ha comprobado en dos ocasiones que a nada que cometa algún error, él o su equipo, cualquiera le puede arrebatar la victoria y hacerle bajar de la nube en la que parece habitar.

Alberto Contador, el dios de la vueltas grandes, está presenciando atónito la llegada de nuevos corredores que pueden poner en entredicho su reinado. Ya no parece ser aquel gran campeón que, fueran quienes fueran sus contrincantes, sea como fuere el recorrido, nada ni nadie podía arrebatarle la victoria final, le bastaba con dar su cien por cien para asegurarse la primera plaza, hecho que está alcance de los más grandes. Ahora, quiere pero no puede. Ataca pero no se va. Le tiene a Froome a su rueda, dispuesto a sobrepasarle en cualquier momento pero que tampoco es ajeno a los altibajos.

Y el último en perder el Olimpo ha sido Peter Sagan, el propio Hércules. Sagan ha sido, hasta ahora, capaz de todo. De ganar en montaña a escaladores como Cunego, en cronos a grandes campeones como Cancellara, a clasicomános como Gilbert, y desde la semana pasada a esprinter como Cavendish. No tenía límites., parecía. Pero los tiene. Ayer explotó en la llegada a Chieti, una meta hecha a su medida que ya pertenecía a su palmarés y estaba destinado recuperarla. Pero, de repente, se quedó vacío. No había dinamita que quemar.

Estas, y otras circunstancias son características del nuevo ciclismo, algo que ha existido siempre pero que años atrás habían prácticamente desparecido por motivos ahora conocidos por todos. Las deficiencias naturales de cualquier cuerpo eran anuladas con recursos nada naturales y prohibidas por el reglamento. Ahora, nadie se puede fiar de los caprichos y secretos del cuerpo humano, capaz de lo mejor y de lo peor en los momentos más decisivos, algo que añade más incertidumbre al resultado final, requisito imprescindible para que un deporte resulte atractivo.