En cuanto recién cumplidos los 20 años, vimos a Peter Sagan desenvolverse con un desparpajo poco común y ganando etapas en carreras tan importantes como la París-Niza, muchos nos apresuramos a asegurar que aquel chaval haría historia en las clásicas más grandes. Ganará todo lo que quiere, dijimos, tan amplio era su abanico de posibilidades. Le ha costado algo más de tiempo y esfuerzo de lo previsto, pero al final Sagan está cumpliendo con lo que prometió en sus primeros años y acaba de honrar la edición centenaria del Tour de Flandes con una actuación sobresaliente y vistiendo el maillot de Campeón del Mundo.
Parte de la victoria se la debe a Michael Kwiatkowski. No tanto porque se lo llevara a rueda en un ataque decisivo a falta de unos 30 kilómetros, si no por todo lo que le ha hecho aprender en las derrotas que le ha inflingido últimamente, sobre todo en el último G.P. E3-Harelbeke (25 de Marzo), donde le volvió a derrotar como en la Strade Bianche de hace dos años. Si Sagan no hubiera recibido esas y otras muchas bofetadas parecidas en los últimos tiempos, seguramente no hubiera ganado ni el Tour de Flandes ni la Gante-Wevelgen una semana antes. Esas dolorosas derrotas le han hecho recapacitar sobre su forma de correr, y lo ha hecho con celeridad, lo que demuestra que es listo, además de seguir siendo muy bueno físicamente. Solo han hecho falta unas gotas de inteligencia, un poco de cabeza ante tanto corazón para que se lleve aquello que ha merecido en más ocasiones.
Las imágenes, tanto de la Gante-Wevelgen como, sobre todo, del Tour de Flandes, no dejan lugar a dudas. En cuanto arrancó Kwiatkowski, Sagan se pegó a su rueda, y el polaco comenzó de inmediato a hacer la típica señal de relevo realizando un pequeño gesto con el codo. Sagan no pasó. En ésta ocasión no picó y se lo pensó dos veces. Miró atrás, seguramente sintió que aún era muy apresurado lanzarse hacia la victoria y dejó hacer a Kwiatkowski que se empachó de esfuerzo y lo pagó en el Oude-Kwaremont, donde Sagan comenzó su obra de arte. Hasta ese momento el eslovaco midió con cuidado los esfuerzos, no se vació en vano como en otras ocasiones, relevó pero sin vaciarse en exceso.
Demostró una fortaleza física extraordinaria en el Paterberg, lugar donde reventó a Sep Vanmarcke, el sufrido corredor belga que volvió a pagar los esfuerzos inútiles que acostumbra a cometer en momentos poco decisivos. Se tuvo que conformar con subir al carro de Cancellara y ser tercero.
Los últimos 15 kilómetros fueron extraordinarios, un mano a mano entre Sagan y Cancellara, una persecución entre el campeón que se despide y otro que llega para quedarse. Un relevo que se dio en el mejor de los escenarios, la edición centenaria del Tour de Flandes.
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