Resulta inverosímil que la París-Roubaix más táctica de los últimos años la haya ganado un gregario, esa especie de corredor incansable poco reconocido que constantemente se ve anulado por las estrategias dirigidas a la victoria de su líder. Mathew Hayman ha permanecido en la sombra los 17 años que lleva en el campo profesional y ha salido a la luz en el velódromo de Roubaix, el único sitio donde brillan el barro y los adoquines.
No es su primera victoria como profesional, pero es probable que sea la última porque a punto de cumplir 38 años (lo hará el 20 de éste mes) no es de esperar un gran cambio. Físicamente es imposible, y no creo que ésta victoria cambie su personalidad, humilde y obediente como pocos. Por tanto, seguramente seguirá cumpliendo con su labor de gregario, pero su victoria habrá supuesto una reivindicación al derecho a la gloria de corredores como él.
Hayman, al igual que Diego Rosa en País Vasco (en la llegada de Arrate), ha demostrado que la única vía para la victoria no es la que siguen habitualmente casi todos los equipos. Algunos recorridos y ciertas situaciones permiten otro tipo de aventuras, arriesgadas, cierto, pero que cuentan casi con las mismas probabilidades, o más, que las estrategias habituales, donde tampoco ganan todos. El australiano, como en otras muchas ocasiones, se había metido en la escapada del día, una buena opción habida cuenta que su equipo no contaba con nadie para estar a la altura de Cancellara, Sagan, Boonen y otros grandes favoritos. Imanol Erviti había hecho lo mismo y volvió a tener otro gran resultado. Al igual que en el Tour de Flandes repitió entre los 10 mejores (noveno), algo insólito para nuestro ciclismo. El navarro ha sido el único ciclista junto a Sep Vanmarcke en hacer Top-10 en las dos carreras más grandes del pavés. Ha estado impresionante y debería plantearse, él y su equipo, afrontar éstas carreras como lo hacen otros especialistas; en lo más importante de la temporada.
Los grandes favoritos iban a otra cosa, corrían como siempre, resguardados en la mitad del pelotón gracias al trabajo de corredores como Hayman y Erviti, esperando su momento. Pero el momento de todos no siempre es el mismo. Boonen, incapaz de imponerse a Cancellara y Sagan en las carreras previas, decidió que su momento había llegado antes que en otras ocasiones, justo cuando una caída en el sector 22 dejó cortados a los dos corredores más en forma del momento. Faltaban 120 kilómetros, pero contaba con Tony Martin, garantía absoluta en recorrido llano. Al poco también colaboraron los Lotto-Jumbo, que llevaban a Sep Vanmarcke, y los Sky con el fortachón Ian Stannard.
Por detrás, Sagan estaba prácticamente sólo y comenzó a ponerse nervioso, muy nervioso. Cancellara si contaba con ayuda, pero no eran tan fuertes como los de cabeza y la diferencia subió alrededor de minuto y medio. En Arenberg Cancellara decidió pasar a la acción y elevó el ritmo de forma ordenada, sin ataques ni brusquedades y surgió algo de efecto. Se acercaron al grupo de Boonen, pero seguían lejos. Al salir a la carretera Sagan decidió desatar toda su rabia. No fue una buena idea. En cada relevo sacaba de rueda a su perseguidor y rompía la poca coordinación que existía. No creo que esa forma de proceder sea lo más adecuado cuando la colaboración, incluso de los adversarios, es imprescindible. Sagan tiene que aprender detalles de corredores como Cancellara que en la misma situación estaba actuando con mucha más tranquilidad.
Todo se fue al traste cuando en Mons en Pevele Cancellara se fue al suelo. Sagan, que iba a rueda, lo evitó con una cabriola que solo él es capaz de realizar en un momento tan comprometido. Fue lo mejor de su repertorio. Sin embargo, ése incidente no puede servir de excusa pues la diferencia, tras haberse reducido hasta los 35 segundos, había comenzado a incrementarse antes de la caída. La carrera ya estaba rota, la victoria estaba delante.
Cada uno de los cinco integrantes que componían el grupo de cabeza tenía un gran motivo para ganar. Boasson Hagen confirmar su recuperación como ciclista rematador; Sep Vanmarcke arrancarse el tatuaje de perdedor que lleva incrustado; Ian Stannard reclamar más galones en éste tipo de carreras; Mathew Hayman reivindicar a todos los gregarios y, Tom Boonen convertirse en el mejor corredor de la carrera con cinco victorias. Cada uno jugó sus cartas, una, porque la distancia y el cansancio no permiten más alegrías. Fue una lucha directa, sin intermediarios que corrigen la parsimonia de los líderes, el tipo de espectáculo que quiere el aficionado, una edición para recordar ganada por un corredor que jamás fue educado para ello.
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