Como de Remco Evenepoel ya se ha dicho mucho y todo bueno, aunque seguramente no lo suficiente, dedicaré unas pocas líneas a otro protagonista que ha salido a la palestra esta semana tras haber estado recluido durante más de dos meses. Nada o casi nada se ha sabido del flamante ganador del Tour de Francia Jonas Vingegaard desde que desapareció del podium de París. Un par de homenajes en su localidad natal y en Copenague, y se lo tragó la tierra. Como ocurre siempre en estas ocasiones la verborrea fácil y gratuita se ha encargado de airear cosas inciertas como que había sufrido una depresión, que tampoco habría porque descartarlo, basta ya de estigmatizar los problemas psicológicos.
Sin llegar hasta tal extremo, no sería de extrañar que el ciclista danés sufriera algún tipo de vacío o necesidad como consecuencia de la extrema exposición que sufre un ciclista cuando logra lo máximo a lo que se puede aspirar en este deporte. Algunos lo asimilan rápido y con naturalidad, se sienten cómodos en la cúspide para la que se han estado preparando y lo absorben con gusto alimentando su ego de forma artificial sin ser conscientes de que algún día todo puede volverse en su contra. Cada vez se dan más casos que el éxito engulle de tal forma que son triturados sin piedad. Es probable que Vingegaard, humilde y sensato hasta lo que se conoce, haya sido consciente de esos peligros y no haya querido correr los riesgos que conlleva la gloria desmesurada.
En el pasado era conocida su propensión a sucumbir ante momentos de tensión: vómitos, noches en vela, nerviosismo, eran una constante en cuanto sentía la necesidad de rendir. Afortunadamente para él esos problemas tan graves parecen solucionados, pero, por lo visto, algún poso ha quedado.
Decían la semana pasada en un medio belga los padres de Remco Evenepoel y Mathieu Van der Poel, que el ciclismo de hoy en día es inmensamente más duro de sobrellevar que el ciclismo de su época por la excesiva exposición a la que se tienen que someter constantemente, sobre todo en las redes sociales, a la que no es muy aficionado nuestro protagonista. Se vio claramente en el acto de presentación del Tour de Francia que Vingegaard es un ser sensible que se emociona con cierta facilidad y le cuesta controlar sus sentimientos. Cuando fue adulado a coro al pronunciar su nombre, lloró casi desconsoladamente por el torrente de emociones que le provocó su público.
La victoria del Tour de Francia le ha presentado una realidad que le incómoda, jamás le ha resultado confortable conceder entrevistas, responder preguntas que de ahora en adelante se pueden convertir además en insidiosas y ha huido de todo eso para interiorizar lo conseguido, reflexionar sobre su gestión y controlar el bombardeo mental que le habrá producido ser casi el único centro de atención de todo un país que vivió su victoria como algo propio. Creo que se ha concedido un tiempo para resetear su situación y volver en cierta forma a un anonimato que jamás le será posible. Tendrá que ir acostumbrándose a los focos que no le agradan, a dedicar más atención a menesteres que le robarán tiempo para estar con su adorada familia, y a soportar críticas que pueden ser muy dañinas. Su equipo ya ha tenido una experiencia similar con Tom Dumoulin, que finalmente ha terminado sucumbiendo, y se tomará toda la paciencia y dedicación para gestionar de la mejor forma posible la situación de un ciclista delicado. Por eso lo han tenido alejado de toda atención mediática, para otorgarle el suficiente tiempo de asimilar su nuevo estatus y comenzar a medir a lo que se tendrá que exponer en el futuro.
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