Como las cosas sigan así, nadie va a querer competir contra Mark Cavendish. El resto de esprinters tendrá que buscarse un calendario alternativo si quieren conseguir alguna victoria. El británico es prácticamente imbatible. Siempre es posible que cometa algún error, y la victoria se decante por alguno de esos locos que luchan lo indecible en los últimos metros, pero en vista de lo que está ocurriendo, las posibilidades son mínimas.
Cavendish, antes sólo se imponía en esprint rápidos. Limpios. En anchas avenidas que no presentaban muchas complicaciones técnicas. Ahora, gana en cualquier lugar. De cualquier forma. Ante cualquiera. En poco tiempo ha ganado una polivalencia que desespera a todos sus contrincantes. Incluso el propio Oscar Freire, que antaño ganaba con las mismas armas que el corredor del Columbia parece minimizado a la normalidad. Todo un doble campeón del Mundo se siente impotente ante Cavendish. El resto sin esperanza.
Los dos esprines que ha disputado en la Vuelta a Suiza, no eran de su conveniencia. No eran rápidos, ni llanos, ni sencillos. Sino más bien todo lo contrario. Los dos picaban hacía arriba, eran más bien lentos y complicados. Con su innata explosividad no hubiera sido suficiente. Hacía falta equipo, colocación, cálculo, fuerza, potencia y resistencia. Y este chico lo tiene todo. Gana con tanta suficiencia que, además, parece que le sobra.
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