Thomas Voeckler, ese corredor que siempre será recordado por haber sido líder del Tour de Francia en 2004 durante diez días y por haber defendido el amarillo con uñas y dientes, hecho que le valió para ganarse para siempre el corazón de los aficionados franceses, Thomas Voeckler, decía, ha tenido un motivo muy especial para celebrar su esfuerzo: una victoria de etapa en el Tour de Francia. Sin duda su victoria más importante hasta el momento, y algo que pocos corredores pueden disfrutar en toda su carrera deportiva.
Sin embargo, creo que la celebración no ha estado a la altura de su hazaña. A los ciclistas siempre se les ha atribuido una personalidad tímida, humilde, modesta, sencilla e incluso a veces de excesiva sumisión. Unido siempre al sacrificio desmesurado y al sufrimiento exagerado, los ciclistas normalmente han estado lejos de la arrogancia de otros deportistas. Para un ciclista, a veces, no es fácil entender las celebraciones de los futbolistas al marcar un gol, y menos aún sin que esté garantizada la victoria. Pero creo que deben comenzar a aprender algo de ellos.
A mi se me hace incomprensible que tras una escapada de cientos de kilómetros, con un pelotón amenazante pisando los talones durante los últimos cuarenta, dispuesto a echar por tierra no sólo el sacrificio de esa etapa, sino lo de toda una temporada o incluso de toda una vida, la celebración se limite a levantar los brazos, como mucho besar un anillo, o señalar al cielo, en los veinte últimos metros. Creo que el ciclista se merece más disfrute, sobre todo si la victoria, como en el caso de ayer, está asegurada. Una victoria en el Tour de Francia, es algo especial, algo que muy probablemente ocurra una sola vez en la vida y creo que ese momento debe ser recordado como algo histórico.
Sin caer en grandilocuencias ni en la falta de respeto, pero no estaría de más que los ciclistas comenzarán a repasar parte del repertorio de las celebraciones de otros deportistas para aprender a disfrutar mejor un momento único.
A mí siempre me ha parecido que la mejor forma de celebrar un triunfo sería bajarse de la bici, caminar unos metros con la bici en la mano, saludando a la gente y disfrutando del paseíllo (una variante que yo no haría -porque me recuerda al Papa y porque te puede salir un sarpullido en los labios- sería besar el suelo) volver a montarse, y entrar en meta encima de la bici. Claro, tiene que ser una escapada en solitario y con suficiente tiempo como para que no te venga nadie a dar la campanada por detrás, pero siempre he pensado que yo lo haría así. Por cierto, una duda: ¿el ganador puede entrar en meta con la bici en la mano? ¿Se penalizaría?