Hay casi tantos estilos como corredores en el pelotón, porque el estilo es la personalidad de cada uno de ellos, algo que se forma tanto por las cualidades físicas como psicológicas. Los hay quienes trasmiten tranquilidad. Son ciclistas con un estilo muy depurado, aquellos que consiguen una perfecta armonía entre el esfuerzo y su manifestación. Apenas mueven el tronco, sólo las piernas en un ritmo acompasado y una cadencia ni muy lenta, ni excesivamente rápida, siempre en perfecto equilibrio. A esos corredores jamás se les nota si están a punto de reventar o están dispuestos a tener una conversación con el ciclista de al lado pese a estar subiendo un puerto. En ese grupo habría que incluir a Gianni Bugno, quizás el mejor ejemplo, Franco Balleniri, Laurent Jalabert, Jan Ullrich y actualmente, quizás a Andreas Kloden.
En otro grupo podríamos incluir al grupo de los nerviosos. Son aquellos que parecen siempre excitados. Llevan un pedaleo ligero, a veces excesivamente, botan encima del sillín, y nunca parecen estar en reposo. El movimiento de piernas normalmente está acompañado con el del cuerpo, que se mueve al mismo ritmo que la pedalada, derecha-izquierda, arriba-abajo. Trasmiten una angustia que a veces roza la histeria. Uno de los ejemplos más claros podría ser Lance Armstrong, Marco Pantani o el propio Alberto Contador.
También existe otro grupo que trasmite sufrimiento. Son los que quizás mejor reflejan la dureza de este deporte. No engañan. En el intento de darlo todo son capaces de pedalear hasta con las pestañas, ningún músculo del cuerpo, por pequeño que sea, es ajeno al esfuerzo. Su estilo no es nada atractivo sino más bien provoca rechazo por ser un torbellino de sufrimiento. Se podrían incluir a Fernando Escartin, o al ganador de ayer, Chris Sorensen. Si por estilo fuera nadie, absolutamente nadie habría otorgado la más mínima posibilidad de victoria al ciclista del Saxo Bank en un grupo que figuraba entre otros David Moncoutie, un especialista en ese tipo de escapadas con final en alto. Desde los primeros kilómetros del Terminillo, Sorensen parecía estar a punto de reventar todos sus órganos vitales. Cada pedalada parecía una tortura, pero aún así atacaba sin cesar, buscando la única oportunidad que podría tener: el descuido de sus compañeros de escapada. Pero el descuido no existe en un puerto de 16 kilómetros con una pendiente media superior al 7 por ciento. El error es pensar que una pedalada eficaz y un estilo exquisito tienen que ser concordantes. Y no es así, Chris Sorensen es ejemplo más claro.
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