Cuando a finales de esta temporada se retire echaremos de menos a Alexandre Vinokourov, vencedor de la tercera etapa de la Vuelta al País Vasco. Hay pocos corredores como él. Hoy ha dejado su huella indeleble en Murguía, el mismo sello que ha estampado por medio mundo en las pruebas más prestigiosas. Vinokourov es puro coraje. Se enfrenta con valentía a los objetivos más difíciles, supera con rabia aquellos obstáculos que para la mayoría son insalvables. Si el comportamiento es el espejo de la personalidad, Vinokourov es decidido y atrevido. A veces en exceso, porque también cayó en la fácil tentación del doping, pero pagó por ello y hay que pasar página. Victorias como la de hoy alivían el pecado.
Si Vinokourov ha estado grandioso, no se puede decir lo mismo por el Rabobank, que ha perdido una oportunidad de oro para ganar con Oscar Freire. Excepto en los 5 últimos kilómetros, han realizado un buen trabajo durante la etapa, pero han fallado en el momento decisivo, en el instante en que ha saltado Vinokourov. No es seguro que habiendo trabajado como debían hubieran atrapado al kazajo, pero es obligación de cada equipo utilizar correctamente los medios que cuanta para la victoria. Rabobank no lo ha hecho. En el grupo cabecero había dos corredores junto con Oscar Freire, Paul Martens y Robert Gesink. Los dos debían haber tirado. Martens porque era su función y, Gesink porque tampoco hubiera sufrido perjuicio alguno en sus intereses por la general. Ninguno dio un sólo relevo. De nada sirve hacer segundo y tercero en meta, si ha llegado uno por delante.
En el grupo cabecero había otro corredor de Rabobank, Luis León Sánchez. No me sorprende tu olvido, ya que nunca trabaja para nadie. El caso es que por sus características era el más indicado para tirar del carro en ese terreno.