Diecinueve años han pasado para que el sueño de Philippe Gilbert se convierta en realidad. Sólo él sabe lo que ha luchado, lo que ha sufrido, lo que ha dejado atrás para que un día se sienta el más grande de todos los ciclistas. Pero sin duda que pensará que todo ha merecido la pena para ganar la Lieja-Bastogne-Lieja, la carrera de sus sueños.
El camino que ha recorrido no ha sido fácil. Primero porque comenzó sin equipo, y luego porque se le ha exigido mucho. Mucho no, todo. Gilbert, comenzó en Cadetes, con 15 años, de forma individual. El ganar el Campeonato Regional le valió para que encontrara acomodo en el Club Ourthe Ambleve Valcapri. Ganó en total 7 carreras y en otras 13 se clasificó en segunda posición. En su segundo año en la categoría ganó 23 carreras. No está mal para ser el único integrante de su equipo. Lo hacía todo solo.
Su primera temporada en la categoría Junior la realizó en el Wonbeminddeling, club flamenco donde comenzó su aprendizaje de las clásicas flamencas. Una de las primeras claves de su formación. Ganó doce carreras. Y ya en su segundo año ingresa en el Go-Pass equipo que dirigía Dirk De Wolf, el hombre que a los nueves años vio pasar como un ovús en la Redoute, imagen que le atrapó para siempre. De Wolf dirigió los pasos hasta llegar al campo profesional. Ganó una veintena de carreras y su precocidad quedó premiada con el primer puesto en la UCI para los corredores de su edad.
Pasó al campo profesional en 2003, de la mano de la Francaise des Jeux. Tenía 20 años. En su primer año se impone en una etapa del Tour del Porvenir que ganó Egoi Martínez y se clasificó cuarto en la general final. Más allá de esa victoria quedó de manifiesto que era un corredor diferente. El chaval tiene agallas, no se achica con facilidad, es intrépido y lucha hasta la extenuación. A veces de forma excesiva. Pero mejor así. Un joven sin esas cualidades es un ser vacío. Los errores estratégicos tiene solución. La falta de talento no.
Poco a poco Gilbert se fue haciendo un hueco en el pelotón. Respeto a cambio de sudor. Es regular, pero le falta el brillo de la victoria, que llegan con cuentagotas. En ningún caso tanto ni de tanta calidad como se esperaba. La presión crece. La esperanza comienza a desvanecerse. Pero él sigue confiando y trabajando duro. En 2005 llegan las victorias en el Trofeo Escaladores, Haut Var, Polynormande, etapa del Mediterraneo y Dunkerke. Todas ellas en Francia, donde se impone en la Copa nacional. Pero en ningún caso son suficientes para elogiar a un corredor llamado a empresas mayores. Le faltan triunfos de calidad, que no llegan hasta 2006: La Het Volk, el G.P. Walonia o las etapas que logra en la Dauphiné o en Tour del Benelux.
Sin embargo no es fácil contentar ni a los aficionados ni a los periodistas, y a la vez de destacar algunas virtudes tampoco es ajeno a los errores o deficiencias que presenta en no pocas ocasiones. Seguramente debido a su juventud Gilbert no anda sobrado de resistencia en la mayoría de las carreras de mas de 200 kilómetros y su nivel decae de forma alarmante en los momentos decisivos. Tampoco él hace mucho por evitarlo. Gilbert es un corredor muy impulsivo. Excesivamente impulsivo. Puro corazón. Nada racional. Su nerviosismo es incontrolable. Ahí radica su espectacularidad, pero a la vez su debilidad. Cualquier otro corredor con sus mismas dotes pero con una pizca más de picardía y experiencia habría obtenido mejores resultados. No tan espectaculares, pero si más. Su continuo estado de éxtasis le ha hecho cometer muchos errores. Uno de los ejemplos más claros ocurrió en la Liege-Bastogne-Liege de 2009. Arrancó del pelotón como si fueran a quedar cinco kilómetros para la meta. Pero quedaban más de 25. Se fue en solitario, pero cuando rodaba en cabeza fue cazado por Andy Schleck y no pudo darle más que un par de relevos antes de quedarse desfondado. Fue un claro ejemplo de falta cálculo, como otras tantas veces.
Pero Gilbert también ha puesto solución a ese problema. Vaya si se lo ha puesto. Su rendimiento no decae al pasar 200 kilómetros, es más, es cuando marca la diferencia. Lo ha hecho hoy ante el mismo protagonista de hace dos años. Casi en el mismo sitio que entonces, a poco más de 20 kilómetros para la meta, en la Cote de la Roche aux Faucons, Andy Schleck ha arrancado haciendo girar la cabeza a quien pretendía seguirle. Ha habido dos excepciones: Gilbert y su hermano Frank. Los hermanos Schleck nada han podido hacer para frenar la diferencia sideral que actualmente existe entre Gilbert y el resto de corredores en carreras de este tipo. La reverencia que ha hecho Frank Schleck en el podium es el mejor homenaje que se le puede brindar a un corredor ejemplar.
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