Es una lástima que el ciclismo no premie más a menudo a corredores del nivel y el comportamiento de, por ejemplo, Bob Jungels, la mejor propuesta en la Flecha Walona de este año. El campeón de Luxemburgo atacó tras la segunda subida al muro de Huy, a poco menos de 30 kilómetros para la meta situada en el mismo lugar, y realizó gran parte de los kilómetros finales en solitario con un estilo y una determinación que muy pocos pueden ofrecer. Pero al final fue atrapado por un pelotón lanzado por los gregarios de los grandes favoritos a unos 400 metros de meta. Una verdadera pena.
La táctica que se impuso ayer, una vez más, fue la de un auténtico catenaccio, una traición total a lo que demandan los aficionados y ofrecen otras carreras. Y la carrera va camino de convertirse en un espectáculo raquítico porque desde el 2003 (año en el que ganó Igor Astarloa) el guión siempre ha sido el mismo.
El pelotón no tuvo otro objetivo que llegar todos juntos a pie del mítico muro, y claro, no tuvo mayores problemas para conseguir su fin. Una vez allí ganó el más fuerte, que no es otro que Alejandro Valverde en los últimos cuatro años consecutivos y cinco en toda su historia, récord absoluto de la prueba. El murciano se impuso con un esprint breve y muy intenso que es a lo que obliga la empinada cuesta. La carrera no tuvo más historia, lo cual es una desgracia. No hubo propuestas de ataque por parte de los grandes corredores como en la Strade Bianche, el Tour de Flandes, la París-Roubaix o la reciente Amstel Gold Race. Seguramente la distancia más reducida de la prueba tiene algo que ver (aunque la Strade Bianche tiene solo 175 kilómetros) porque permite a muchos corredores trabajar con entereza en la labor de ajuste que interesa a algunos favoritos, y el resultado no es otro que hay muchos más corredores en las labores de atajar que en las de atacar y así las carreras se convierten en breves esprines.
Este problema debería plantear diferentes soluciones y aunque sé que, de momento, es una quimera, seguiré proclamando la necesidad de los mismos con el mismo ahínco que ayer lo intentó Bob Jungels. Nunca está demás luchar por lo que uno cree.
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