Cerrado el primer ciclo de las clásicas de un día, no es mal momento para hacer un repaso y sacar conclusiones de las mismas. En mi opinión ha habido un ciclismo de deleite (Strade Bianche, Harelbeke, Het Volk, Gante-Wevelgen, Flandes, Roubaix etc…) en el que se pudo disfrutar de un espectáculo exquisito entre grandes campeones, y otro que requiere una solución de urgencia si no se quiere espantar a los aficionados. Me refiero, entre otras, a la Fleche Wallona y la Liege-Bastogne-Liege, que al margen de haber sido ganadas por un ciclista histórico y espectacular, tuvieron un desarrollo soso que urge analizar en profundidad.
Cada vez que se ha querido afrontar una solución a problemas de este tipo, el ciclismo ha recurrido siempre a la misma formula: cambio de recorrido, endurecerlo. Así ha sido históricamente y pocas carreras han quedado al margen de ese intento por mejorar el espectáculo que presentaban, incluidas las dos carreras que nos conciernen, pero ninguna ha obtenido el resultado apetecido.
Está claro que si el desarrollo de una carrera depende casi exclusivamente de la actitud de los corredores, quizás no habría que buscar tantos cambios en el itinerario si no en algo que afecte más directamente en su comportamiento. El recorrido lo hace, pero hay factores más directos como, por ejemplo, el control y la estrategia que ejercen los equipos. Tanto la Flecha Walona, y sobre todo, la Liege-Bastogne-Liege tienen puertos y dureza suficiente como para romper los pelotones y ofrecer una lucha titánica entre los más fuertes a muchos kilómetros de meta, pero, actualmente, no lo hacen. ¿Por qué?.
Es un hecho objetivo que el nivel del pelotón se ha homogeneizado, ahora hay muchos más corredores con un nivel similar que antaño. Cuanto más se retrocede en la historia mayores diferencias se ven entre corredores, lo cual permitía que los grandes ciclista se destacaran prácticamente en cualquier tipo de recorrido, pero sobre todo, en los duros. Ahora es muy difícil, a no ser que haya un zafarrancho organizado por unos cuantos pesos pesados del pelotón, cosa que solo ocurre en ocasiones excepcionales. Tomemos como ejemplo la Liege. En los años 90 el punto de inflexión solía estar en La Redoute a unos 35 kilómetros de la meta. Era donde habitualmente se decidía la carrera. En la siguiente década se vio que el empinado puerto había perdido importancia y después de algunos cambios en el recorrido el punto decisivo comenzó a ser la Cote de Saint Nicholas, a unos 6 kilómetros de la meta. Pero llevamos unos cuantos años viendo un grupo bastante numeroso que decide la carrera prácticamente al esprint. Y la solución, en mi opinión, no implica exclusivamente mayor dureza en el recorrido, hay otras como mayor agresividad en las estrategias, o más libertad a corredores de gran valía normalmente sometidos a labores únicamente de control. Pero nadie puede obligar a esos cambios por decreto, es imposible y por ello quizás la más sencilla de todas pueda ser un recorte en el número de participantes por equipo, hecho que dificultaría el excesivo control que ejercen los más potentes e incluso abriría la puerta a las dos posibilidades anteriormente mencionadas. Lo que hay que evitar a toda costa es que los equipos más potentes puedan controlarlo todo a su antojo, hay que individualizar el ciclismo.
Evidentemente cualquier corredor tiene vía libre para atacar donde le parezca oportuno pero creo que viendo el potencial de algunos equipos, muchos se amedrentan de hacerlo lejos de meta porque la realidad les demuestra que ese tipo de intentos, aunque vistosos y agradecidos por el público, ofrecen menos réditos que los intereses de un banco. Entre dos corredores de características similares siempre es más fácil el control que el ataque, porque el que ataca para ganar tiene que ir dejando algo en la recamara, y en cambio el que controla no tiene que reservarse nada para la meta. Por tanto, lo que hay que intentar es buscar que un comportamiento más agresivo ofrezca mayores posibilidades de éxito, y eso se podría lograr disminuyendo el número de participantes por equipo (por falta de control) o, incluso mejor aún, distribuyendo a los grandes corredores en más equipos con algún sistema de límite de puntos o algo similar.
Esto que propongo no es evidentemente la fórmula mágica para la solución automática del sopor de algunas carreras, porque los mismos argumentos pueden resultar contradictorios incluso en las mismas carreras, pero creo que éstas u otras propuestas deberían ser puestas en práctica (algo comenzarán a hacer a partir de este año) para intentar mejorar la oferta ciclista. El nivel de los ciclistas, el de los equipos, el material, las carreteras y la demanda de los aficionados han cambiado y no veo razón para que otras muchas cosas sigan como hace 50 o 100 años. Es probable que estos intentos de cambio no lo solucionen todo, pero es que no hacer nada nos llevará, tarde o temprano, al fracaso como espectáculo deportivo.
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