El Giro de Italia del centenario ha hecho honor al acontecimiento que se celebraba. Ha sido una carrera espectacular, abierta, con mucha igualdad y disputa, sin el dominio absoluto de un corredor ni el férreo control de su equipo, o sea, con todos los ingredientes imprescindibles para ofrecer una gran competición y obsequiar, además, con un final de infarto, que es el sueño de todo organizador y el disfrute de los aficionados. Tras tres semanas de algunos descubrimientos, sorpresas agradables y desagradables, altibajos esperados e inesperados, el Giro ha encumbrado a un joven corredor que ha hecho historia por ser el primer holandés en ganar la carrera y prometer victorias incluso de más envergadura, una gran noticia para el ciclismo.
Nadie debería dudar de la victoria de Tom Dumoulin, el mejor corredor según la carretera, juez inapelable de cualquier competición que se celebre sobre asfalto. Ha sido el único capaz de cumplir con la premisa exigida por una victoria de esa importancia: el ganador debe romper la carrera o bien contra el crono o en montaña. O en ambas, claro está. Dumoulin lo ha hecho contra el crono, especialidad en la que es un auténtico especialista (victorias en las tres grandes y Plata en los Juegos Olímpico de Rio de Janeiro 2016) y siempre otorga más diferencias que la montaña entre los corredores que disputan los primeros puestos. Por mucha montaña que haya habido, nadie ha provocado los destrozos que auguraban. En la durísima última semana los mejores han sido Domenico Pozzovivo e Ilnur Zakarin, ciclistas que no han podido superar el quinto puesto logrado por el corredor ruso. Llama la atención la ausencia de Nairo Quintana en esa clasificación. El corredor colombiano parece haber tocado techo. Al margen del Blockhaus, apenas ha podido desbancar a casi nadie ni en los finales en alto (Oropa, Piancavallo) ni en las etapas más duras (Bormio, Ortisei, Asiago), y tampoco ha sido capaz de poner el broche de oro a más de una estrategia de equipo planteada brillantemente por Unzue y Arrieta y ejecutadas con perfección por sus corredores. Pese al segundo puesto la sensación e imagen que ha dejado están alejadas de otras victorias logradas en el pasado.
Vincenzo Nibali ha realizado la carrera que podía hacer, con la capacidad física actual no se puede hacer más, y el equilibrio que mantiene en montaña y en la crono son garantía para un gran puesto pero insuficientes para la victoria. Pese a no disfrutar de un rendimiento extraordinario, su instinto le ha permitido obtener petróleo de un pozo que ya ha empezado a secarse.
El Giro del centenario ha descubierto a dos grandes corredores que han aprovechado el trampolín italiano para lanzar sus carreras. Uno es Gaviria, que es esprinter y colombiano, aunque suene raro. Con cuatro victorias al esprint, pero de muy diferentes características, ha demostrado ser un corredor con unas posibilidades inmensas más allá del mundo del esprint. Su capacidad para improvisar soluciones en las situaciones más complicadas son muy poco habituales en un corredor de 22 años.
Pero por encima de todos, el Giro del Centenario ha sido la confirmación de Tom Dumoulin como una garantía para las grandes vueltas por etapas. El corredor holandés es un hombre con el perfil adecuado para las exigencias de los diseños actuales, sobresaliente en las cronos y muy resistente en montaña donde sigue mejorando cada año. Pero su mayor progreso se ha producido en su comportamiento, en la gestión de sus reservas. No se ha equivocado lo más mínimo en el ritmo que debía adquirir en cada situación. Sin el menor atisbo de nerviosismo, con una sensación total de estar dominando la situación (a excepción del error garrafal que cometió en los primeros kilómetros de la etapa de Piancavallo y que a punto de estuvo de pagarlo muy caro) , siempre ha exprimido de forma perfecta sus fuerzas, hecho que le permitió ganar en Oropa y amortiguar las pérdidas en Blockhaus, Bormio (el día de la célebre descomposición y posterior parada), Piancavallo y Asiago, sus tres únicos apuros importantes en toda la carrera. Aunque su techo físico tampoco debe estar lejos, con algo más de progreso en montaña Tom Dumoulin permitirá a los holandeses soñar en un futuro no muy lejano con una victoria en el Tour de Francia.
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