as vísperas de las grandes carreras son espacios abiertos que encierran toda suerte de esperanzas, tiempos en que los pronósticos no requieren ningún tipo de razonamiento, momentos de fe que permiten todo tipo de sueños. No hay más que leer las previas de la carrera para darse cuenta de los complejos que arrastra cada país. Los italianos sueñan con una nueva victoria en la carrera francesa aduciendo para ello datos históricos rescatados de los almanaques como que Nibali lo ganó en 2014 siendo campeón italiano como lo es ahora Fabio Aru, o que las tres últimas veces en la que se impusieron los trasalpinos el Tour salió fuera del hexágono (1965 Gimondi-Colonia, 1998 Pantani-Dublin, y 2014 Nibali-Leeds).
Los franceses conllevan a duras penas el paso del tiempo que golpea ya por trigésimo segunda vez y presentan al liviano Romain Bardet, segundo el año pasado, como el corredor para restablecer el orgullo perdido. Los colombianos persiguen el sueño amarillo con
Nairo Quintana que ya no sabe qué hacer para subir al primer cajón y se ha lanzado este año a la aventura de disputar el Giro y el Tour que,seguramente, le llevará a sufrir el mismo desenlace que padecieron la mayoría de los que lo intentaron en el pasado.
Los españoles fantasean con la gran despedida de Alberto Contador olvidando que lleva ya siete años sin poder subir al pódium de París y que todo intento de victoria durante la presente temporada ha supuesto un mazazo.
Los australianos presentan felices a Richie Porte con la esperanza de que pueda mantener la forma que le llevó a zarandear a todos los adversarios durante la última Dauphiné ignorando que la carrera alpina es un arma de doble filo letal en la mayoría de los casos. Y finalmente los británicos esperan con tranquilidad confiando en que una vez más la lógica y la razón se impongan ante tanta fe ciega y le concedan a Chris Froome una cuarta victoria.
Pero es cierto que este año hay un cierto margen para los sueños porque ha habido algunas variaciones que pueden cambiar el discurrir de la carrera. No habrá más de 36 kilómetros contra el crono (la cifra más baja de la historia), lo cual reduce el excesivo peso que tenía en otras ocasiones. Pero tampoco habrá un sinfín de llegadas en montaña, tan sólo tres: La Planche des Belles Filles (5ª etapa), Peyragudes (12ª etapa) e Izoard (18ª etapa), lo que puede involucrar un cambio de actitud también de los escaladores que deberán actuar con antelación.
Hay etapas en las que del último puerto a meta existe una distancia como para confiar en estrategias de derribo siempre y cuando se apueste con convicción. Astana con Aru y Fuglsang, y Movistar con Quintana y Valverde, podrían tener cierta ventaja a ese respecto. Sin embargo, el ciclismo de hoy en día está exageradamente marcado por el potencial de ciertos equipos y esa característica es la que decide el desarrollo de las carreras muy por encima de los recorridos, y desde ese punto de vista, si Froome y el Sky se muestran tan fuertes e intransigentes como en los últimos años, será un Tour de Francia diferente con el mismo resultado.
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