Los que fuimos corredores malos o mediocres tenemos una visión más exacta y real de las dificultades que conlleva ser ciclista profesional. Tuvimos que competir con deportistas mejor dotados físicamente que nos obligaban a llevar nuestro sufrimiento más allá de los límites que nunca habíamos imaginado y seguramente algo más lejos de lo que era saludable para nuestros castigados organismos. No tardamos en ser conscientes que aquellos sueños que perseguíamos no dependían exclusivamente de lo que entrenábamos, nos cuidáramos, ni del equipo o material que tuviéramos, o la suerte que corriéramos. La mayor parte del rendimiento deportivo estaba sujeto a la genética que nos hubiera regalado la naturaleza y, posteriormente, al uso que hiciéramos de los mismos con todos los cuidados antes mencionados. Todo era necesario para llegar a ser aquello que pretendíamos, pero careciendo de lo primero, todo era infinitamente más difícil. Casi imposible.
Por todo ello un ciclista mediocre reconoce con más facilidad los méritos de cualquier integrante del pelotón. Para un campeón acostumbrado a ganar esa situación es algo natural, casi cotidiano y, aunque es consciente del esfuerzo y dificultades que conlleva, a veces le puede costar entender que haya corredores jadeando cuando ellos pueden ir silbando. Dicho todo esto y sin negar los méritos y las capacidades de ninguno, tampoco es justo catalogar todas las victorias o logros por el mismo rasero. Hay ciclistas de muy diverso nivel en el pelotón profesional y creo que conviene poner cada cosa en su sitio.
Pongamos por ejemplo el caso de Matteo Trentin, un corredor polivalente, ganador de etapas en las tres grandes vueltas, y el auténtico dominador de los esprints de la edición de este año de la Vuelta a España. Por más etapas que gane el italiano con 28 años no se convertirá en la referencia del esprint mundial. Ya ha ganado tantas etapas como Daniele Bennati en la misma edición de la carrera española, incluso podría llegar a las cuatro que logró John Degenkolb en la edición de 2014 o, apurando, a las cinco de 2012 logradas por el mismo corredor, pero como ellos no estará nunca a la altura de los Kittel, Cavendish, Greipel, Gaviria, Demare, Ewan o Kristoff . Como hasta ahora, en todo caso, sería el lanzador de ellos.
Lo mismo ocurre con otros corredores que están o han estado luchando por la general. Podríamos citar a Nicolas Roche como claro ejemplo. El irlandés ha sido dos veces Top-10 en la Vuelta y ha estado cerca en el Tour, pero no podrá ser un aspirante al pódium por mucho que lo pretenda. Es un hecho constatado. Hasta el día de Calar Alto estaba en tercera posición, pero desde ese día lleva perdiendo tiempo en cada etapa que tenga alguna exigencia importante. Algo similar le ocurrió en la Vuelta de 2015. Hasta el día de Emcamp (etapa 11) luchaba por el pódium (estaba situado en 4ª posición) hasta que, de repente, cedió más de 14 minutos y adiós. O en 2013, año en el que obtuvo el mejor puesto nunca logrado en una vuelta grande (fue 5º), pasó de un día para otro (el día del Coll de la Gallina) de estar segundo a 31 segundos de Vincenzo Nibali, a más de cuatro minutos. Por tanto está claro que en ese punto de inflexión que muchos fisiólogos colocan en la segunda semana de las grandes vueltas en la que pueden comenzar a descender los valores hormonales y/o sanguíneos, Roche no puede mantener el equilibrio exigido y se rompe por todas partes. Por ello, nunca podrá ser un jefe de filas fiable, aunque si un buen gregario.
Podría citar más ejemplos pero tampoco quiero dejar la sensación de estar criticando o menospreciando los logros de corredores muy buenos, simplemente trato de poner cada cosa en su sitio, y la Vuelta a España está, no es nuevo, por debajo de las otras dos grandes vueltas por etapas.
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