Alejandro Valverde ya tiene lo que extraoficialmente le pertenecía, es Campeón del Mundo, prueba inequívoca de que el ciclismo, a veces, es justo con sus protagonistas. Nadie como él merecía ese título porque nadie más que él había subido tantas veces a ese pódium a recoger un premio que en ocasiones se había quedado corto. Era de justicia porque pocos han entregando tanto al ciclismo durante tanto tiempo a ese nivel.
El Campeonato del Mundo es la guinda a una carrera única que comenzó en 2002. Valverde ha ganado a diferentes generaciones y a todo tipo de corredores y en cualquier carrera. Nada ni nadie se le ha resistido, tan inmenso ha sido su poderío físico y tan grande su ambición. Es único. El único con un abanico de victorias tan amplio que abarca todo lo posible, desde un esprint hasta una vuelta grande. Un especialista en todo.
El murciano ha sido un corredor de excesos. Excesivo en su genética, hambriento como nadie, sin límites en el trabajo y desmesurado en la valentía, actitud que le jugó alguna mala pasada en más de una carrera hasta que la necesidad le obligó a desarrollar una cualidad que desconocía y que nunca quiso adoptar: la cautela. En los últimos años ha incorporado esa condición y eso que le ha permitido perfeccionar su repertorio que ya es insuperable. Ahora hace una paciente lectura de las situaciones y actúa como un sabio ejecutando con maña la acción que le corresponde a cada momento.
El Campeonato del Mundo ha sido un resumen de toda su carrera y de todas sus virtudes. Antes de nada se tuvo que recuperar de los esfuerzos de una Vuelta a España que le exprimió hasta la última gota de sudor, cosa que no pudieron lograr otros corredores como Simon Yates, por ejemplo; también tuvo que exhibir una resistencia que se llevó por delante a Julian Alaphilippe, otro de los grandes favoritos; debió de lucir sus mejores cualidades escaladoras para aguantar a todo un especialista como Bardet.; tuvo que gestionar con acierto la vigilancia de los tres corredores que llevaba a rueda y no precipitarse en exceso con la distancia del esprint en la que demostró seguir manteniendo parte de la velocidad que atesoraba en su juventud. Fue una demostración total de excelencia.
Algunos jamás le perdonarán haber pertenecido a la Operación Puerto y siempre se lo reprocharán. Pese haber pagado con la sanción correspondiente, para esos nunca perderá la condición de sospechoso olvidando que entonces todo era sospechoso y menospreciando que ha sido de los pocos en rehabilitarse para el nuevo ciclismo. El pelotón, y creo que la mayoría de los aficionados, ha pasado página y todos se han alegrado de su victoria porque también ha valido para hacer justicia a Sean Kelly y Laurent Jalabert, los corredores “gemelos” del murciano y que pese a merecerlo nunca ganaron en mundial de ruta.
Valverde ha sido un ciclista completo durante todo el año y durante todos los años, y ahora llevará el maillot arco-iris, algo que le convierte en un campeón eterno.
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