Desde su caída en la novena etapa del Tour de Francia, Richie Porte ha estado al margen de los grandes titulares. Ni tan siquiera en temporada invernal, propicia para entrevistas y demás anuncios, ha retenido excesiva atención. Si que una vez recuperado de la caída que se produjo camino de Roubaix corrió la Vuelta a España, el Hammar Hong Kong y el Tour de Guangxi, pero pasó totalmente desapercibido al margen de algunas críticas que recibió no sin merecimiento. Aunque tuvo tiempo suficiente para hacer un digno papel al final de temporada, incluso preparar a conciencia el Campeonato del Mundo, nunca estuvo al nivel competitivo que se le debe exigir a un corredor de su categoría y su contrato.
Ahora, a una semana que de comienzo el Wolrd Tour con el inicio del Santos Down Under, se espera su retorno al lugar que le corresponde en la carrera australiana que no es otro que la victoria, algo que necesita tanto él como su equipo, caído casi en el anonimato tras la pérdida de Alberto Contador y Fabián Cancellara. Con un Jesper Stuyven al que le está costando coger el relevo del suizo, con un Mads Pedersen aún prematuro para exigencias máximas, con Degenkolb algo desgastado sobre su mejor versión, y con un Bauke Mollema al que las vueltas de tres semanas le quedan grandes, el Trek-Segafredo ha estado sin poder aspirar a las mayores carreras los dos-tres últimos años. Con Porte, podrán, por lo menos soñar con cosas grandes, pero, en mi opinión poco más, porque el australiano no es ninguna garantía de éxito en las grandes citas, donde nunca ha podido completar las expectativas.
Porte es un corredor muy completo físicamente, capaz de descomponer a los mejores escaladores en montaña y mirar frente a frente a los especialistas en las cronos. Eso si, siempre desde el anonimato o la protección que dan los grandes líderes, nunca desde púlpito de los jefes. Cada vez que siente la luz de los focos se apaga. Es incapaz de afrontar un liderazgo con garantías, se achica ante la presión, que le provoca cometer errores de bulto, tanto en comportamiento (en el Giro de Italia de 2015 cambió una rueda con un compatriota aunque corredor de otro equipo que le costó una sanción de dos minutos), como técnico (en los dos últimos Tours se cayó en situaciones, aparentemente, sin mucha complicación). En esfuerzos de una semana, nada se le puede objetar como demuestra su palmarés en Vuelta a Suiza, Romandía, Cataluña, Dauphiné, París-Niza, País Vasco, Criterium Internacional, Trentino o Down Under, donde volverá a ser el principal favorito gracias a la subida de Willunga Hill, que parece el pasillo de su casa por las cinco últimas victorias consecutivas que ha logrado en la mítica subida australiana. Pero en las vueltas de tres semanas nunca ha superado el escalón de un gregario de lujo. En el Trek-Segafredo confían en que pueda superar definitivamente ese peldaño. Yo no me fiaría en exceso.
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