Ni Egan Bernal, ni Julian Alaphilippe, ni Tadej Pogacar, si nos fijamos en la clasificación de la UCI, el hombre del año está siendo Primoz Roglic y por eso está al frente de esa clasificación que premia el nivel, el rendimiento y la regularidad del hombre más completo de la temporada, esa que Alejandro Valverde ha ganado en dos ocasiones en los últimos cinco años, y en la que se han impuesto corredores de la talla de Greg Van Avermaet o Peter Sagan.
Roglic se encuentra en esa irracional situación que solo los grandes campeones disfrutan de cuando en cuando, una condición en la que las piernas no duelen, el sufrimiento es un placer, no existen pensamientos negativos ni dudosos, y jamás desaparecen las ansías por ganar. Un estado en el que todo fluye de forma natural, casi sin provocarlo, a veces, incluso sin quererlo. Desde que el año pasado ganara la Itzulia (la Vuelta al País Vasco) el esloveno no conoce otro destino. Aquello supuso un trampolín que lo ha lanzado a un salto infinito que, de momento, parece eterno. Si ya el curso anterior ganó además de la mencionada prueba, Romandía y Eslovenia, este año no conoce la derrota en vueltas por etapas de una semana y en las dos grandes que ha corrido ha sido tercero en el Giro de Italia, y se llevó la Vuelta a España casi sin despeinarse. Un palmarés que nadie ha podido igualar en el pasado reciente.
Su confianza y puesta a punto es tal, que ha ampliado su abanico de exhibiciones a las carreras de un día, un espacio que nunca había dominado. En la última semana ha ganado dos, el Giro de Emilia (con récord incluido en la subida a San Luca), y el Tres Valles varesinos, en el que incluso la suerte le sonrió por una equivocación en el recorrido del grupo que iban delante del suyo con una distancia ya decisiva. Es lo que tiene estar tocado por una varita mágica.
Es imposible que a estas alturas de la temporada Roglic se encuentre al ciento por ciento de su rendimiento porque como todo preparador o fisiólogo destaca siempre, la plenitud de forma no dura mucho más de unos 30 días, y bien por cansancio físico o psicológico, o por ambas, nadie rinde a ese nivel a las tres semanas de ganar una vuelta grande. Roglic ya sufrió el problema de querer prolongar excesivamente la forma durante el Giro, donde no pudo mantener su excelente rendimiento durante toda la carrera por haberse excedido en el Tour de UAE, Tirreno y Romandía (ganó las tres). Pero ahora, sin ninguna necesidad de demostrar nada, con la confianza del estatus adquirido y por correr por el placer de descubrir nuevos horizontes, está aportando una excelencia que asombra por novedosa.
Roglic esta volando más alto que nadie y desde las alturas ya observa su próximo horizonte, el Giro de Lombardía, lo que sería su primer Monumento en un palmarés que comienza a ser monumental.
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