Los organizadores del Tour de Francia no quieren que los ciclistas caigan como moscas, agotados de tanto esfuerzo, incapaces de otra cosa que no sea la supervivencia pura y con la única finalidad de sufrir el menor retraso posible en meta. Ya no quieren que el Tour, como en esencia el ciclismo, sea solo una prueba exclusivamente de resistencia, ese ejercicio que lleva al ciclista hasta el último extremo del esfuerzo humano. En vista del recorrido que acaban de dar a conocer, el Tour de 2020 busca otro tipo de competición, mucho más ofensivo en que los ciclistas no se sientan asustados ante dificultades que, en ocasiones, matan el espectáculo por excesivas. Con etapas cortas (solo una supera 200 kilómetros y será la etapa más larga con menos kilómetros de la historia), buscan el ataque, apuestas arriesgadas, la velocidad, el juego estratégico de los equipos y una lucha que se centre, sobre todo, en la montaña (cinco finales en etapas en línea), porque la única crono que habrá también tendrá final en alto, en la Planche des Belles Filles, algo que alegrará a los escaladores y también a no pocos aficionados.
Llama la atención que ya en la segunda etapa haya puertos de enjundia y que la primera semana llegue con dos finales en alto: la cuarta en Orcieres-Merlette y la sexta en Mont Aigoual. Será seguramente imposible que la etapa de Orcieres-Merlette pueda ofrecer algo similar a lo que realizó Luis Ocaña en 1971, cuando protagonizó una fuga heroica en la que aventajó en casi 9 minutos a todo un Eddy Merckx, tercero en la meta. Pero lo que sin duda provocará esa primera semana tan exigente es una forma de correr diferente, porque puede haber algunas diferencias significativas y cada uno sabrá con cierta certidumbre el lugar que le corresponde en el pelotón y el protagonismo que puede ofrecerle la carrera, por lo cual es previsible que no haya tanto nerviosismo, lo que puede facilitar que no haya tanto peligro de caídas. El rodar será, creo, bastante más cómodo y el cansancio no será provocado por el stress de mantenerse siempre en cabeza a base de codazos, si no por la fatiga acumulada por los esfuerzos.
La segunda semana, sin tantas exigencias orográficas, puede resultar ideal para las grandes escapadas que casi siempre se dan en la última cuando los puestos de honor son cosa de unos pocos privilegiados y ello provoca la apertura del grifo de las fugas multitudinarias. Como en todo es importante comenzar bien y terminar mejor, y ese empeño se traduce en que la etapa reina del Tour estará situada en la jornada 17 con final en el Col de la Hoz, un lugar accesible solo para los ciclistas para quienes se ha asfaltado un camino que se empina al 20% en algunos tramos y los últimos tienen una media de 10-11 %. Y seguramente la etapa más decisiva no se disputará hasta la víspera de París, el único desafío contra el crono con final en la La Planche des Belles Filles.
Es un recorrido que quiere desprenderse del cliché clásico que presentaba ya ciertas urgencias de cambio, y también, creo, un guiño al estilo nervioso en el que se manejan de maravilla las actuales estrellas francesas: Julien Alaphilippe y Thibaut Pino
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