Richie Porte ya tiene su segundo título en el Tour Down Under, que era, más o menos, lo previsto viendo los resultados que ha obtenido en esa carrera desde 1995, en la que ha sido cuatro veces segundo y la ha ganado en dos ocasiones. Me atrevería a decir que si incluso el Tour de Francia o el Campeonato del Mundo se disputara en Australia en ésta época del año y si tuviera como lugar de llegada Willunga Hill, nadie sería capaz de arrebatarle la victoria. Tiene el récord de triunfos en en esa meta habiendo ganado en seis ocasiones consecutivas. Pero, por curioso que parezca, en esta última oportunidad no ha sido capaz de vencer en la mítica llegada de la carrera australiana aunque si ha sido el más fuerte o quien, por lo menos, ha subido en menos tiempo. El único que ha sido capaz de adelantarle ha sido un ciclista británico, Matthew Holmes, que pese a ser madurido, 26 años, es debutante en el World Tour y ha demostrado que no está dispuesto a perder el tiempo, si no que viene decidido a aprovechar cada oportunidad que le conceda el Lotto-Soudal. Holmes se había introducido en la escapa del día y ha sido el único capaz de aguantar a Porte, cuando éste, había alcanzado la cabeza de carrera a falta de 700 metros para la llegada. No es habitual ver proclamarse ganador a alguien que una vez ha sido atrapado por los más fuertes, tenga arrestos de imponerse en subida. Es algo que habla mucho a su favor.
Pero el gran protagonista ha vuelto a ser Porte que una vez más ha jugado de cara, con todas las cartas a la vista. La subida no tiene ningún secreto para él, pero tampoco para sus adversarios que saben perfectamente donde atacará el diminuto corredor. Todo el mundo conoce el lugar, la forma y la intensidad con la que intentará destrozar la carrera, también el tiempo que puede permanecer en esa agonía. La única cuestión que queda pendiente es saber si alguien será capaz de aguantarle, pero es imposible, algo que se ha observado con claridad todos estos últimos. Porte tiene el mismo grado de seguridad en el Down Under, como de inseguridad en el Tour de Francia, donde nunca ha dado lo que se esperaba, y a estas alturas no hay motivos para confiar en que suceda algo diferente. Tampoco se lo pedirán y por eso han fichado a Vincenzo Nibali, para ser el líder que le hacía falta al equipo americano y para descargar al australiano el ancla que le tiene sujeto en una categoría inferior a la que le permite su físico. El problema, creo yo, está en el factor psicológico. Porte es el paradigma idóneo para visualizar a un gran gregario y a un mediocre líder, y la diferencia, diría yo, que en este caso es la presión o la responsabilidad, esa cualidad que no se puede precisar con un dígito en el potenciómetro, porque es tan variable y está sujeto a tantos condicionantes que es imposible determinar ni la consecuencias, ni el momento exacto en el que hará su presencia, dejando muchas veces a la víctima muy por debajo de sus posibilidades reales.
Ahora con una victoria que le dará tranquilidad y confianza, y sin el ahogo de sentirse obligado a llevar todo el peso del equipo, Porte, quién sabe, podrá volver a ser aquel corredor que hacía disfrutar a sus seguidores y sufrir a quién pretendía seguirle. Todo dependerá del peso psicológico que sufra.
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