Esperando justo lo contrario, el Tour de Francia ha impuesto un castigo quizás excesivo en los últimos años a Nairo Quintana, destinado, parecía, a ser el primer corredor colombiano en ganar la carrera francesa. Cuando en 2013, y con tan solo 23 años, se presentó, neófito en la carrera, en el segundo puesto de París no fueron pocos los que creyeron que el hito estaba a punto de caer. Dos años más tarde, y ya con un Giro de Italia en el zurrón, estuvo más cerca de la victoria, pero a partir de ese momento comenzó a alejarse de lo que el denominó el sueño amarillo sufriendo en los últimos años para poder lograr entrar entre los diez mejores, cosa que no siempre le ha sido posible. Parecía que el Tour ya había amortizado su figura y que buscaba otras estrellas que hacer brillar, hecho que ocurrió el año pasado con Egan Bernal.
En éstos últimos años también se ha visto envuelto en algunas disputas internas por un liderazgo artificial que, creo, poco le han ayudado a mantener el equilibrio mental que necesita cualquier corredor. Quintana es un corredor que necesita sentirse mimado, no le gusta percibir dudas sobre su estatus y tampoco está dispuesto a luchar constantemente para reivindicar algo que cree le pertenece por su pasado. Si sospecha inseguridad se aísla en si mismo y no rinde como debe. Esa inestabilidad es la que provocó su salida del Movistar y posterior fichaje del Arkea-Samsic, un equipo de estructura deportiva dudosa, pero que le tratará como a un rey.
El cambio no parece haber tenido un mal comienzo. Dicen quiénes le han visto en el Tour de la Provence que ha ganado con exhibición, que está más fino que otros años, y sobre todo más relajado. Sin duda, su victoria es un mensaje de tranquilidad para el sponsor y un anuncio de lo que aún es capaz de hacer. Sus seguidores ya tienen un argumento sólido para seguir teniendo fe en él y los datos refuerzan esa esperanza. Quintana dio una exhibición en la subida al Mont Ventoux (Chalet Reynard, 14 kilómetros al 7,6 % de porcentaje medio). Atacó a 7 kilómetros para la meta y sus adversarios, entre los que se encontraba un hombre tan ilustre como Thibaut Pinot (reaparecía tras la asombrosa retirada del Tour de Francia), no hicieron ni el menor amago de seguirle. Fue un cambio de ritmo brutal que prolongó hasta la meta y donde tuvo que esperar casi minuto y medio para conocer al siguiente clasificado. Ambos datos son extraordinarios. También su tiempo de subida, 28 minutos y 12 segundos. No es fácil hacer comparativas objetivas en ciclismo dado al elevado número de variables diferentes, pero en 1994 Marco Pantaní pasó en 28 minutos y 30 segundos por ese punto en su camino a la cima.
Con esa victoria y ese rendimiento Quintana ha reclamado una atención que no se le puede negar, pero nada de lo que se consigue a estas alturas de la temporada es para echar las campanas al vuelo. Lo del colombiano demuestra talento y preparación, pero no garantiza el éxito en julio, un mes que se le ha atragantado en los últimos años por diferentes motivos. Su afición y el ciclismo le esperan con ilusión tras la redención en la Provenza.
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