Además de conmover al mundo entero por estar viviendo una pesadilla que ni los más expertos guionistas de la ciencia ficción hubieran podido imaginar, el Coronavirus está removiendo las estructuras del ciclismo, lo cual podría tener algo de positivo a largo plazo, si es que se aprovecha la ocasión. Como el más famoso de los virus de la historia reciente está haciendo añicos la llamada sociedad del bienestar, como esto siga así en poco tiempo no van a quedar más que sus desechos, y, por tanto, muchas de las cosas tendrán que ser reconstruidas desde el desastre y esperemos que para ello se tengan en cuenta además de la experiencia que estamos viviendo, valores más humanos y duraderos. Según indicó recientemente Patrick Lefevere en su columna del periódico flamenco Het Nieuwsblad y que recogieron casi todas las webs especializadas en ciclismo, quedarse sin el Tour de Francia supondría un colapso total para el modelo actual del ciclismo, basado exclusivamente en la esponsorización. Apuntaba el belga que el Tour de Francia puede soportar un golpe tan duro como el Coronavirus, pero que es imposible para los equipos. Teme que tras la suspensión de la carreras, no ocurra lo mismo con los patrocinadores de los equipos. No le falta razón, porque cada cierto tiempo, y sin que medie ningún motivo tan aterrador como el Coronavirus, un simple pestañeo puede hacer caer al equipo más pintado, como casi le ocurrió al propio Lefevere hace dos años. Lo que se debería preguntar el manager del Deceuninck es por qué el Tour de Francia puede salir casi ileso de este terrible golpe y, por contra, se puede llevar por delante a los equipos. Evidentemente la razón es tan simple como la fortaleza económica de uno y la debilidad de la gran mayoría de los otros. Ambas estructuras, las organizaciónes (las grandes organizaciones) y los equipos comparten una fuente de ingresos que viene de sus propios patrocinadores, pero hay una gran diferencia entre ambas y no es otra que los derechos de televisión, que se llevan en exclusiva las grandes organizaciones. Ahí radica el problema y, al mismo tiempo, la solución a la debilidad de los equipos.
Ahora que tenemos tiempo de sobra, vamos a hacer un pequeño ejercicio de análisis para ver como funciona el ciclismo como modelo de negocio, que en época de crisis más de uno ya se está planteando si debe seguir funcionando así (Luca Guercillena, Manager del Trek-Segafredo decía ésto en la Gazzetta el 20 de marzo). Tanto el Tour de Francia como el Giro de Italia, las dos grandes carreras junto a la Vuelta a España, nacieron por el intento de vender más periódicos, L’Auto en el caso francés y la Gazzetta dello Sport en el italiano, cosa que lograron con gran éxito en ambos casos. El mal, como negocio, ya estaba hecho. Los ciclistas nacieron perdiendo, por mucho que pensaran que por recibir unos premios o dietas eran ricos. Los verdaderos ganadores fueron los organizadores, que se hicieron con el mando del modelo y es prácticamente lo único que no ha cambiado en 100 años de historia.
Las diferencias como estructuras entre los organizadores y los participantes eran abismales. Los organizadores, pertenecían a empresas con una configuración profesional y asentadas con servicios jurídicos, administrativos, económicos, y además, influencias políticas. En cambio los ciclistas, eran simples aventureros sin ningún tipo de disposición organizativa que pese a perseguir lo contrario, lograban más el éxito social que el económico a través de las carreras.
Las cosas han ido afortunadamente mejorando pero siempre en mayor proporción por la parte de los organizadores, que primero comenzaron a tener sus propios patrocinadores y más tarde los derechos televisivos, que ni siquiera se dignan a repartir de una forma mínimamente equitativa. Pongamos un par de ejemplos simples que saltan a la vista. Hace unos años el Tour de Francia imponía a todos los equipos llevar obligatoriamente los coches oficiales de la organización, y también determinados bidones y gorras, en el caso del equipo del líder. Como modelo de negocio es redondo para la organización, pero nefasto para los equipos. El motivo de que una determinada marca de coches patrocine a un determinado equipo, no es otra que la de considerar como una vía publicitaria adecuada para su producto, seguramente porque dicho equipo cuenta con tal o cual corredor o corredores. Pues resulta que en cuanto llegaba el Tour todas las estrellas de pelotón utilizaban la misma marca de vehículos impuesta por el organizador que nada tenía que ver con la de su equipo y además eran competencia. Una ganga para el organizador que ofrecía a su propio proveedor la imagen de unos trabajadores (corredores) sin que fueran suyos y, además, sin que le costaran un real. Ante las protestas de los equipos la norma cambió.
Otro ejemplo mucho más significativo y más flagrante, es la de tener que compartir patrocinador en el maillot sin que ello aporte absolutamente nada al sponsor particular del equipo y además pudiendo suponer competencia directa para el mismo. En los 60 días que Miguel Indurain llevó el maillot amarillo del Tour de Francia estuvo haciendo (también) publicidad a Credit Lyonnais competidor directo de Banesto, su patrocinador. En todas las fotos de costado, en el maillot no se ve más que el patrocinador privado de la organización. Es como que llegados a la final de la Champions la UEFA obliga a los equipos finalistas a compartir la camiseta con un patrocinador de la federación sin que los equipos se lleven nada por ello, más que la copa, los premios y las gracias. Un despropósito, vamos.
Y el colmo de los colmos está en los derechos de televisión que los organizadores no quieren ni oír hablar de cambiar. En cuanto alguien lo plante, eluden el tema, evitan la discusión y someten miserablemente a los equipos y corredores a todo su poder de guante blanco. La mayor fuente de ingresos del ciclismo exclusivamente en manos de los organizadores. Una barbaridad. Nadie sabe lo que ingresan, es un tema tabú, opaco, solo se saben que no reparten nada, más que los premios, que son solo unas migajas. No digo que todos los organizadores estén en la misma situación ni que su labor sea sencilla. La mayoría de las organizaciones son pequeñas estructuras amateurs que cuentan con las mismas o incluso más dificultades a las que se enfrentan los equipos para hacer frente a lo gastos de organización. Al carecer, en muchos casos, de televisión es prácticamente imposible contar con publicidad privada y se tienen que apoyar irremediablemente en las ayudas públicas. A todos esos hay que reconocerles el mérito y aplaudirles el esfuerzo humano que hacen año tras año.
El problema está en las grandes estructuras como ASO, RCS o Flandes Classic, que se han convertido en monopolios establecidos geográficamente. Sin menospreciar las dificultades que tiene organizar una carrera, que son muchas, digamos que es la parte más sencilla, porque con el simple hecho de tener un recorrido, tienes el espectáculo montado. El Tour de Francia, el Giro de Italia, el Tour de Flandes o la París-Roubaix, lo único que hacen es ofrecer un escaparate al mundo, pero un escaparate que lo han hecho grande los corredores, que son la mano de obra de este circo, no los organizadores. Los organizadores fueron lo suficientemente listos y rápidos para sacar provecho del negocio que eso suponía y así quedó establecido por un decreto que nadie se atreve a cambiar. Si en un hipotético caso, la mayoría de los mejores equipos del Wolrd Tour le plantaran cara al Tour de Francia y dejaran de acudir a su carrera, no me cabe la menor duda que por mucho Tour de Francia que se llamara decaería su interés por falta de estrellas, de competitividad, de glamour y por todo lo que aportan los verdaderamente grandes corredores, y con ello también disminuiría la atención popular y, como no, la televisiva. Por tanto, si está claro que el sustento de este deporte reside en los corredores, es de recibo que sus empleadores reciban una parte proporcional que se adjudican los organizadores.
El Cyclo-cross, aunque parezca más arcaico, está mejor organizado como modelo de negocio desde el punto de vista del corredor. La organización que quiera contar con los mejores corredores tiene la obligación de pagar un cantidad determinada bien, normalmente, al propio corredor o al equipo, que logra así otra fuente de ingresos para hacer frente a su presupuesto anual. Es muy sencillo. Si quieres a Van der Poel y a Wout Van Aert hay que pasar por caja, pero con ello te garantizas una cantidad de aficionados ingente que pagarán una entrada (en carretera no) y además televisión en directo que pagará por la retransmisión. Ni no pagas a los corredores, tendrás menos gente, menos dinero por televisión o quizás no puedas ni contar con ello.
En parte los equipos y corredores lo tienen merecido porque no han sido capaces de unirse ante esta incoherencia y el debate no es de ayer. Hace más de dos décadas que Manolo Saiz intentó apoyarse en la UCI que entonces dirigía el holandés Hein Verbruggen para intentar entablar negociaciones con los organizadores más importantes y racionalizar este negocio que por el tremendo desequilibrio que ofrece es insostenible en el tiempo. El esfuerzo resultó inútil. ASO, con predominio absoluto sobre los equipos franceses, puso en marcha todo su poder para dinamitar de inmediato cualquier intento de unión entre los equipos, y sin ella nada se puede conseguir. Y nada se ha conseguido, más que prolongar el debate gracias en parte a la creación de Velon, una organización que pertenece a 11 equipos del World Tour (Trek-Segafredo, Mitchelton-Scott, Sunweb, Bora-hansgrohe, Deceuninck-Quisk Step, CCC, EF, Lotto-Soudal, Ineos, Jumbo-Visma, UAE) y que fue creada evidentemente con el objetivo aún lejano de organizar una nueva estructura económica para el ciclismo y de acercar a los aficionados todo lo que acontece dentro del pelotón en las competiciones, algo, esto último, que lo están consiguiendo brillantemente gracias a las infografías, imágenes desde las bicicletas y multitud de datos que ofrecen en vivo durante la disputa de las carreras.
Pero una vez más se ha podido comprobar que todos los poderes fácticos están en contra de cualquier dignificación de la situación que viven los equipos y la UCI, con sus continuos ataques , ha provocado la suspensión de las Hammer Series, una iniciativa de Velón como un primer ejemplo de un ciclismo renovado y de paridad.
Pese a toda ésta crítica por un problema que está de actualidad y que muchos implicados han sacado a la palestra, uno no es tan ingenuo, aunque algo sí, de pensar que todo esto vaya a cambiar ni tan siquiera en un futuro muy cercano. Pero cuando veamos toda esa espectacularidad de lo equipos World Tour, y pese a estar todos los equipos, de cara al público, envueltos en maravilloso papel de celofán, son estructuras terriblemente endebles que ahora, con la crisis de Coronavirus pueden tocar fondo. Por eso quizás no sea mal momento para aplicar la filosofía de a grandes males, grandes remedios.
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