Viéndole el sábado en solitario, parecía que Filippo Ganna se había confundido de etapa, que se había adelantado un día a la crono final de la Estrella de Besseges en la que todo el mundo esperaba que se luciera con una exhibición más, como aquellas que dio el año pasado en el Giro de Italia (ganó las tres cronos), el Campeonato del Mundo o el italiano, y en la Tirreno-Adriático. Y por segundo año consecutivo todo hace indicar que no habrá prueba contra el reloj que se le vaya a resistir.
Pero la etapa del sábado no fue una crono, fue una etapa de un claro color francés en cuanto al recorrido, de esas que no tienen puertos que puntuar, pero donde tampoco hay un solo metro para el respiro, un recorrido donde se pude sobresalir por la fuerza, pero también por la valentía. La escapada que se formó desde el principio y en la que el italiano del Ineos fue uno de los protagonistas, parecía que como casi todas ellas, iba a morir en la orilla. El pelotón se les echó tan encima que ni siquiera la colaboración de corredores del prestigio de Alberto Bettiol o Niki Terpstra (ganadores ambos del Tour de Flandes), que se habían unido junto con Pierre Latour (doble Campeón francés contra el crono en 2017 y 2018) en los últimos kilometros, ofrecía las garantías suficientes para permitirse sueño alguno. El guión parecía escrito hasta que a falta de 9 kilómetros para la meta, y con más de 125 de escapada encima, Ganna sacó a relucir todo su arsenal, que es inmenso como se pudo comprobar una vez más. Con esa dulzura que caracteriza su pedaleo, comenzó a alargar la zancada, a avivar la cadencia y a distanciarse de sus compañeros de escapada que, al igual que el espectador, no daban crédito a lo que estaban presenciando. Ganna iba abriendo hueco y no podían hacer nada para impedirlo. Nada. Impotencia absoluta, desesperación en pleno esfuerzo, resignación ante lo imposible.
Quedaban aún 8 kilómetros para la meta y lo que no fueron capaces de solventar sus compañeros de escapada, parecía que lo iba a solucionar el pelotón, decidido a llegar al esprint. Pero el italiano seguía a lo suyo, que es rodar rapidísimo en solitario, tan rápido como nadie ha sido capaz en la historia. Suyo el es récord del mundo de persecución, 4 min 01’’ 934’’’. Nunca nadie ha podido rodar con un 60 de plato y 14 dientes de piñon a 115-116 pedaladas por minuto a una potencia media de 510 watios. Un sueño para el resto de los mortales. Concentrado, acoplado, convencido, Ganna seguía enamorando a quién lo miraba. Parecía el Indurain de Luxemburgo, pero en una versión más refinada. O algo similar a Cancellara pero también más estiloso. Ganna es la elegancia más estricta. Puro arte italiano sobre la bicicleta. Por supuesto, ganó.
Y al día siguiente, en la crono, lo volvió a hacer. Ésta vez nadie se sorprendió por ello. Estaba escrito. Son pocos los corredores que se amoldan bien en solitario. Hace falta un sentido especial, no sólo potencia y aerodinámica, que ayudan mucho, por supuesto. Es necesario tener un GPS interno que te haga entender a la perfección las sensaciones que emanan del esfuerzo, si es suficiente o excesivo, comprenderlo y gestionarlo con convicción. No es nada fácil, y de hecho la mayoría no lo tienen. En cuanto pierden la referencia de alguien, se sienten perdidos, sin norte a donde dirigirse. La mayoría yerran por defecto o por exceso, no llegan a acertar en el equilibrio. Y por tanto, si la víspera con Ganna a tiro de piedra, siempre a la vista, nadie fue capaz de atraparlo, el desafío de la crono era una apuesta perdida por adelantando ante un monstruo que ha nacido para embellecer la disciplina más complicada del ciclismo.
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