La repentina retirada de todo el equipo a causa de un positivo por Covid-19 de un miembro del staff técnico, apenas ha dejado tiempo para disfrutar de la gran victoria que logró Mathieu Van der Poel en la primera etapa del Tour de la UAE, su estreno en la carretera tras haberse proclamado 22 día antes Campeón del Mundo de cyclo-cross por cuarta vez, y seguramente no la última. Fue una victoria al esprint, pero nada tuvo que ver con la monotonía que habitualmente presiden este tipo de etapas. En mi opinión, fue una obra de arte ejecutada en tres actos con características muy diferenciadas y desarrolladas a la perfección por el astro neerlandés, capaz de producir espectáculo donde solo existe petróleo. Van der Poel nunca deja indiferente a nadie, siempre que gana, gana el ciclismo, y cuando no lo hace, también, porque es pura diversión.
El primer acto de la victoria se dio en los abanicos, esa lucha contra el viento y los huecos que no todo el mundo domina por mucha fuerza que tenga. El ciclista del Alpecin-Fenix lo hace a la perfección. También eso. Es difícil imaginar a Van der Poel descolocado en un abanico. Con una técnica depuradísima desde su niñez y con una sensación de absoluta seguridad cuando se trata de dominar la bicicleta y el espacio, el holandés es capaz de aprovechar el resquicio más mínimo para colarse en cabeza y asegurarse una posición de privilegio. Así lo hizo el domingo, y deduzco que así lo hará cada vez que tenga ganas para ello.
Una vez distanciado del gran grupo, vino el segundo paso, también difícil de realizar. En el grupo de cabeza también se colaron grandes esprinters con pedigrí. Nunca es fácil batir a Fernando Gaviria y/o Elia Viviani, aunque ambos dos están algo perdidos últimamente. No era la única dificultad que presentaba la situación, había otra, incluso más peligrosa. Huérfano de esprinter, el Deceuninck-Quick Step tenía herramientas para llevar a cabo a la perfección otra estrategia: el ataque. Joao Almeida, Fausto Masnada y Mattia Cattaneo se empeñaron en impedir el esprint y en caso de no evitarlo, tener resguardado a Michael Morkov, que sin labores de lanzador estaría dispuesto a tomar las riendas en el tramo final. Los envites de los tres mencionados no son poca cosa, y el menor descuido puede ser letal, por eso fue importante la aportación que ofreció Gianni Vermeersch a Mathieu Van der Poel el labores de contención. Mientras su modesto coequipier saltaba a cada ataque que creía peligroso, y lo eran todos, el campeón holandés parecía tener todo bajo control, porque no se le observó ni el más mínimo gesto de nerviosismo.
Antes del último acto, algo malo barruntaba Fernando Gaviria cuando lo intentó poco antes del kilómetro final. Ha solido ganar carreras así, pero no es un acto de confianza para un gran esprinter. Llegado el momento, Van der Poel arrancó hecho un demonio, sin preocuparse de lo que hacía Elia Viviani, el más sonoro del grupo en esas circunstancias. Como siempre, creativo e imaginativo, el nieto de Poulidor se labró su propio camino con una exhibición de potencia soberbia, la misma que ha lucido durante toda la campaña de cyclo-cross. La victoria tuvo el sello inequívoco de un corredor que domina como nadie todas las especialidades que se desarrollan encima de una bicicleta.
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