El viernes por la tarde, en el G.P E3 de Harelbeeke, el Deceuninck-Quick-Step fue una auténtica jauría de lobos, el verdadero Wolfpack, sobrenombre que utilizan para hacer gala de la filosofía de equipo que preside en el equipo belga. La verdad es que realizaron una auténtica obra de arte estratégica y ofrecieron un ciclismo de muchos quilates, suficiente para saciar las exigencias de los aficionados más exquisitos. Lo culminaron con la victoria de Kasper Asgreen, que estuvo sublime, y tres corredores entre los cinco primeros. La carrera y todo el pelotón estuvo a merced del equipo de Lefevere que parecía haber encontrado la solución final para imponerse a los dos ogros que están dominando este tipo de pruebas en los últimos tiempos, Mathieu Van der Poel y Wout Van Aert, imposible de batirlos en el mano a mano si es que no se cuenta con Julian Alaphilippe, ausente en esta ocasión.
Para sorpresa de todo el mundo, incluso para Mathieu Van der Poel, que no estaba especialmente bien colocado en dicho momento, el Deceuninck-Quick-Step atacó en tromba en un tramo de pavés a falta de unos 80 kilómetros para la meta, algo bastante inusual. El resultado no pudo ser mejor, cuatro miembros del equipo belga en una docena de corredores con mucho pedigrí.
No contentos con esa situación ventajosa, los directores del equipo más laureado de la historia en las carreras del pavés, comenzaron a pintar un cuadro que merecería estar expuesto en el mejor museo del ciclismo. A falta de unos 65 kilómetros realizaron un movimiento magistral. Lanzaron al danés Asgreen, ofreciendo, de paso, el sofá a Stybar, Senechal y Lampaert, los tres corredores que le guardarían las espaldas ahorrando además una energía vital para los kilometros finales. El trabajo de Asgreen fue inconmensurable. Se mantuvo en cabeza hasta que faltaron 13 kilómetros sin haber sobrepasado nunca más de 40 segundos de ventaja. Una auténtica persecución de 60 kilómetros ante unos monstruos como Van der Poel, Van Aert, Naesen, Van Avermaet, Trentin o Matthews entre otros. Algo que sin duda tiene un mérito tremendo y habla de la calidad que atesora un corredor sin un el renombre merecido.
A falta de 20 kilómetros, en el último muro, el Tiegemberg, Van Aert aceleró la marcha, Van der Poel lo hizó un pelín más y el belga tuvo que ceder extenuado por tanto esfuerzo anterior (también había sufrido un pinchazo). El neerlandés, una vez más espectacular, se llevó con él a Naesen y Van Avermaet del AG2R, y cómo no, a Stybar y Senechal, del Deceuninck, mucho más frescos tras haber rodado durante muchos kilómetros en el carro del que tiraban con ahínco sus adversarios.
El danés Asgreen fue atrapado a falta de 13 kilómetros, pero el Deceuninck, que ahora si relevaba, tenía una superioridad numérica y de fuerzas absoluta. Tras diez kilómetros en buena armonía, el equipo belga puso en marcha su último acto: el ataque final, que consistiría como era lógico en probar primero con el hombre más débil, Asgreen, que milagrosamente parecía totalmente recuperado. En esas circunstancia, el hombre que consigue enredar y romper la coordinación del grupo tiene mucho ganado, y mucho más si tiene a otros dos compañeros en la retaguardia. Obligados por las circunstancias Van Avermaet y Van der Poel intentaron cerrar el hueco sin mucha convicción, dado que Stybar y Senechal estaban pegados a sus ruedas haciendo de lastre para su compañero de equipo que ya estaba celebrando la victoria de una carrera que perteneció de cabo a rabo al Deceuninck-Quick-Step que se gustó a sí mismo y colmó por completo las exigencias de todos los aficionados.
Desastre en la Gante-Wevelgem
Tras dicha exhibición magestuosa el viernes, los Deceuninck-Quick-Step se las daban muy felices para el domingo, en la Gante-Wevelgem. Parecían haber descubierto el secreto para derribar los muros más imponentes y estaban dispuestos a poner en práctica la estrategia patentada dos días antes. Pero en el ciclismo quien las da las toma y al igual que en el propio ciclo de la rueda, la del éxito es algo que un día te deja en el punto más elevado y otro día rozando el suelo.
Como el viernes, también hubo una sorpresa tempranera el domingo. Los abanicos nunca perdonan a los despistados y esta vez fueron los Deceuninck-Quick-Step quienes se encontraron si papel a las primeras de cambio. De forma prematura, quedó en cabeza un grupo de 21 corredores (que sumaron 25 cuando alcanzaron a una fuga previa). Estaban allí los siempre dispuestos, Van Aert, Trentin, Matthews, Nizzolo, Kung, Lluis Mas o Imanol Erviti, y sólo un Deceuninck, Sam Bennett, el esprinter del equipo, en mi opinión el menos idóneo para involucrarse en un grupo como ese en esas circunstancias. Un esprinter, y sobre todo Bennett, es una baza muy fiable en un esprint masivo al que se llega con el nervio intacto, pero ofrece menos garantías en una prueba con muros, con muchos relevos que dar, sin compañeros que te presenten en la boca del gol y con adversarios dispuestos a atacarte por todos lados.
Conscientes de esa situación y una vez llegados los primeros muros, el Deceuninck puso en marcha su ofensiva y se destacaron Stybar, Ballerini y al poco rato también Lampaert siempre dispuesto a echar una mano. Junto a ellos también otros hombres como Naesen o Soren Kragh Andersen, caballos muy potentes todos ellos.
La carrera iba echa añicos pero el Deceuninck parecía a punto de dar solución a una situación que había sido muy incomoda y perjudicial para ellos. Este pequeño grupo se acercó a poco menos de 30 segundos al siempre peligroso grupo de cabeza y dado que faltaban aún unos 75 kilómetros, el reagrupamiento parecía obligado. Pero he aquí, que antes de que se diera esa unión se produjo otra por detrás. El grupo de los Deceuninck, fue absorbido por otro en el que venían Van Avermaet, Demare, Degenkolb o Kristoff y de forma inexplicable para mi el equipo belga dejó de tirar y se desinteresaron por completo con la caza que ellos mismos habían decretado unos kilómetros atrás. En mi opinión es incomprensible esa dejación de responsabilidades cuando tu mismo has iniciado las hostilidades para revertir una situación complicadísima. Creo que ahí perdieron la carrera. Estaban a 26 segundos!! Diferencia que comenzó a incrementarse de inmediato y tampoco reaccionaron. No llego a entender como se atrevieron a apostar exclusivamente por Sam Bennett cuando el irlandés nunca ha solventado situaciones tan complicadas en solitario ante clasicómanos de tal envergadura.
Las consecuencias no tardaron en llegar. Cada repecho era un suplicio para el gran esprinter, que hasta tuvo que vomitar, tan lejos llevó su sufrimiento. Se comportó con dignidad y con mucho tesón, pero los compañeros con los que viajaba eran todos hombres muy experimentados y ejercitados en ese tramo de recorrido, excesivo seguramente para los esprinter puros.
De un momento a otro el Deceuninck se quedó con las manos vacías, sin ninguna opción de conseguir nada que estuviera mínimamente a la altura de lo exigible para un equipo como ese. Su primer corredor en meta fue Yves Lampaert en el puesto 14º, lo que constata el desastre que cometieron de forma inexplicable.
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