La vida corre vertiginosa hacia una meta ineludible sin detenerse ni en los momentos más placenteros. Parece una constante huída hacia lo nuevo, lo desconocido, siempre buscando más y mejor, nuevos estímulos que, pensamos, enriquecerán una experiencia que se diluye como el azúcar en el café y desaparece como la arena entre los dedos. Nadie se permite el lujo de ralentizar este desbocado ritmo que nos engulle sin remedio y nos priva de saborear esos momentos tan importantes por los que tanto se ha luchado. Tenemos un disfrute absoluto ante nuestros ojos y no lo sabemos apreciar en su justa medida.
En cuanto Philippe Gilbert ganó el Giro de Lombardia, la Liege-Bastogne-Liege, y el Tour de Flandes, sus tres primeros Monumentos diferentes, todo el mundo le recordó que hacía ya demasiados años en los que un corredor no lucía en su palmarés las 5 grandes clásicas de un día, como lo habían hecho años atrás Rin Van Looy, Roger de Vlaeminck y, cómo no, Eddy Merckx. Se embarcó en la persecución de esa hazaña, añadió la París-Roubaix a su amplio catálogo, pero pese alargar excesivamente su carrera, se quedó sin la Milán-San Remo, la más sencilla, o quizás la más difícil, nunca se sabe.
Al poco de bajarse de la bicicleta tras imponerse de forma magestuosa en el Tour de Flandes, una de las conversaciones más habituales en el mundillo ha sido si Tadej Pogacar, el que todo lo puede, será el cuarto hombre en la restringida lista de poseedores de todos los Monumentos. La respuesta ha sido unánime: sí. Lo ven incluso ganando la París-Roubaix, si es que se lo propone.
Sin tiempo para disfrutar y saborear con calma la magistral carrera que realizó Mathieu Van der Poel en Roubaix, los medios de comunicación no han tardado en abalanzarse hacía la misma cuestión. Es cierto que en apenas cuatro años el brillante neerlandés se ha hecho dueño de 4 Monumentos (dos Flandes, una Milán-San Remo y una Roubaix) y cualquier objetivo en pruebas de un día invita al optimismo, pero Van der Poel es más un ciclista dedicado a disfrutar de sus dotes naturales, que decidido a tener una metamorfosis para intentar lograr unos objetivos dudosos. Dicen algunos analistas que si su padre ganó la Liege-Bastogne-Liege, él también lo puede hacer. Su padre, Adrie, lo reafirma con ciertas reservas pero el recorrido actual de Lombardia le parece excesivo. De todas formas en las únicas participaciones que ha tenido en ambas carreras obtuvo unos esperanzadores sexto y décimo puesto respectivamente.
Con Mathieu Van der Poel nadie se atreve a pronosticar algo negativo, pero tampoco lo contrario. Considero que lo ideal sería seguir disfrutando de él y de esta generación extraordinaria que ha elevado el ciclismo a un nivel desconocido, y retener cada una de sus exhibiciones en la retina y en la memoria hasta que el tiempo nos lo permita.
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