Llegó y besó el santo. Era 2010, su primer año en la Élite tras una única temporada en aficionados y tenía 20 años recién cumplidos. El ciclismo no estaba aún acostumbrado a tanta precocidad, se imponía el estilo paciente y el desarrollo sereno, una filosofía totalmente opuesta a lo que pretendía aquel eslovaco inquieto y apasionado que se llevó, para sorpresa de todo el mundo, dos etapas en la París-Niza.
De inmediato, todos se dieron cuenta que aquel joven extrovertido que se desenvolvía con desparpajo ante cualquier situación, tenía algo especial, que además de ser un ganador nato, ofrecía un espectáculo inusual, un magnetismo potentísimo que enseguida comenzó a atraer a las masas. Sagan ganaba pero lo hacia de forma diferente a como lo hacían los demás. Se permitía licencias que el resto ni tan siquiera imaginaban, él, en cambio, las ejecutaba con una belleza única y unas celebraciones que en muchas ocasiones no fueron bien comprendidas. Se le criticó una excesiva arrogancia e incluso falta de respeto, pero conectó como nadie con el gran público que le regaló el honor de ser el ciclista más mediático de la última década. Aunque nadie lo supo ver entonces, estaba creando el ciclismo 2.0 que impera en la actualidad. Sagan es el padre ciclista de los actuales Van der Poel, Van Aert, Pogacar o Pidcock. Las locuras actuales tienen su origen en el eslovaco. Pese a poder ganar al esprint, era capaz de inventarse escapadas a falta de 60 kilómetros, de descuartizar grupos reducidos, de escalar con los escaladores puertos de primera para lanzarse en solitario cuesta abajo y ganar en solitario. Parecía tener un repertorio inagotable.
La dimensión que ha alcanzado Peter Sagan es tan extraordinaria que hay que medirla desde muchos puntos de vista. Una su palmarés, tan prolífico como los grandes campeones de características similares: 12 etapas en el Tour de Francia y 7 maillots verdes (récord absoluto), 4 etapas en la Vuelta a España, 2 en el Giro de Italia, 3 Campeonatos de Mundo consecutivos y los dos monumentos del pavés; la París-Roubaix y el Tour de Flandes. Y así hasta contabilizar un total de 121 victorias de mucho prestigio. Pero cualquier análisis que se reduzca a los grandiosos números de su carrera deportiva, pecará de quedarse muy corto en su significado. Primero porque también ha sufrido derrotas dolorosas. Aún cuesta creer que Sagan no figure en el palmarés de la Milán-San Remo (dos veces segundo y nueve veces top-10.
Segundo porque ha sabido incluso sobreponerse a las derrotas, al hastío de las victorias, a las lesiones, a la presión y a la desmotivación. Sagan logró ser el ciclista con más victorias de la temporada en 2013 con 22 triunfos, su máxima cuota de victorias parciales. Sin embargo, al año siguiente no logró ni un tercio (siete), y ninguna de un prestigio a la altura de su estatus: ni en el Tour de Francia ni en ningún Monumento. Parecía aquejado de un burnout que no era ajeno a los corredores del este. Le pudo la presión, y la ansiedad lo engulló hasta parecer una caricatura de sí mismo. El sobre entrenamiento lo llevó a estar bailando todo el año con el paso cambiado hasta que llegó la victoria en el Campeonato del Mundo de Richmond, Canadá. Aquello fue una liberación, y marcó un antes y un después en su carrera. Se apoderó de una filosofía de vida creada por él mismo y se tatuó y repitió como un mantra la frase “why so serious?”.
En los momentos malos de su vida, Sagan adquirió una cualidad que solo el tiempo garantiza, la madurez. Algo más sosegado, pero más confiado que nunca y juguetón como siempre, comenzó a ofrecer una versión mejorada de sí mismo. Desde ese punto de inflexión, Sagan no ha sido capaz de ganar un mayor número de carreras, pero si mejores. De las 12 victorias de etapa del Tour de Francia 8 son posteriores a Richmond, también el resto de títulos mundiales, los Monumentos o las victorias en el Giro de Italia. En esos años Sagan fue capaz de convertir por su personalidad y por su alcance en World Tour, a un equipo que en el momento de su fichaje estaba en segunda división, el Bora.
Y por último está su importancia como imagen de marca. Sagan ha sido el pionero en ese apartado. Los datos de seguidores en las redes sociales demuestran que es del agrado de todos (es con casi dos millones de seguidores en Instagram el ciclista con más fans), y que cualquier guiño tanto en su vida privada como en la profesional alcanza una extensión extraordinaria en todos los rincones del planeta. Ese reclamo publicitario le llevó a ser el primer corredor con contratos similares a los futbolistas y a tener compromisos contractuales de hasta 10 años de duración con marcas líderes en el sector.
Con el anuncio adelantado de su retirada, Sagan nos permitirá ser más conscientes del significado tan extraordinario que ha tenido su persona en la evolución de un deporte que sufría de un excesivo peso de la tradición y que carecía de imaginación en la mayoría de sus apartados. Sagan ha sido un corredor que todos los directores han querido tener en su equipo, un corredor que todos han querido ver en su carrera y un ídolo que todos los corredores han querido imitar. Sagan ha sido el ciclista absoluto. Difrutémoslo por última vez.
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