El peor enemigo del ser humano, es el ser humano. Lo sabe bien Tom Dumoulin, que de forma abrupta y sorprendente para el mundo, tranquilizadora para el propio protagonista, ha decidido abandonar el ciclismo profesional de forma prematura sin poder ofrecer probablemente su mejor versión, que según se vio en 2017 y 2018, era excelente. Sin duda ha tenido que ser una decisión muy difícil de tomar y tanto o más, hacerla publica, porque la víspera, Dumoulin se expandió en detalles sobre los objetivos para este 2021, que pasaban por primera vez por algunas clásicas del pavés, el Tour de Francia y la crono de los Juegos Olímpicos, un sueño tras su medalla de plata en Rio en 2016. Pero de repente, de la noche a la mañana, se despojó del peso que le tenía ataviado en la desgracia, deshizo el nudo que le tenia atado a una farsa, la de fingir una motivación impuesta desde el exterior, un torbellino de inercias que le impedía ser fiel a sí mismo y declarar la verdad.
En cuatro escuetos twits ha declarado los motivos de su inesperada retirada, que se pueden resumir en un sola palabra: presión, un sentimiento que se ha llevado a más de un corredor por delante. Creo que es uno de los grandes males del deporte profesional actualmente. Estoy convencido que los protagonistas de máximo nivel, nunca han estado tan expuestos por sus obligaciones como en la actualidad. Todo se mide en los extremos. Se encuentran continuamente comprometidos con sus entrenamientos físicos y con todos aquellos cuidados que puedan ofrecer una mínima mejora en su rendimiento aunque el precio a pagar sea excesivo. Sus resultados se miden con lupa y sin paciencia. Su imagen pública a través de las redes debe ser exquisita y deben atender a todas las obligaciones publicitarias sin perder la sonrisa que requieren los acontecimientos. Llevan una vida, que aunque desde fuera pueda parecer de ensueño, para algunos resulta inhumana.
Dumoulin es un hombre tranquilo, introvertido, integro y reflexivo que le gusta la bicicleta y el ciclismo pero que odia la fama a la que se vio expuesto, sobre todo, tras ganar el Giro de Italia de 2017. A la vuelta de Italia le hicieron todo todo tipo de homenajes y le concedieron honores para los que no estaba preparado. Fotos, saludos, firmas, actos publicitarios, visitas obligadas, reuniones y otros acontecimientos que le arrancaron de un anonimato en el que se sentía mucho más feliz. Así lo declaró en más de una entrevista. También lo afirmó tras la lesión por la caída en el Giro de Italia de 2019. Declaró que los dos meses siguientes a su operación fueron psicológicamente los más liberadores de los últimos diez años, en los que lo único que había hecho era preocuparse por su rendimiento, algo por lo que estaba agotado. Esas declaraciones fueron un síntoma que nadie supo comprender.
La retirada de Tom Dumoulin me recuerda a otra que también levantó mucha polvareda hace dos años, la de Marcel Kittel, un caso idéntico en mi opinión. El alemán se explayó en una entrevista en la revista Rouleur en su edición de marzo de 2020 en la que detalló los sentimientos y las razones que le llevaron a abandonar una carrera exitosa (14 etapas en el Tour, 4 en el Giro y una en la Vuelta; casi 100 victorias en total). Afirmó estar seguro de que habría más de un ciclista en el pelotón que estarían, como él, sufriendo en silencio. Tenía razón, Tom Dumoulin era uno de ellos. Pero también declaró haber encontrado la felicidad una vez abandonado el deporte en el que disfrutó muchísimo y sufrió, también, lo indecible. Le deseo el mismo futuro a Dumoulin.
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