Con tiempo suficiente incluso para un festejo acrobático, Tom Pidcock, el nuevo Campeón del Mundo de cyclo-cross, celebró su victoria en Fayeteville como acostumbraba en categoría Junior o Sub-23, tumbado sobre el sillín evocando el vuelo de Superman sobre el resto de los mortales. La verdad es que el diminuto británico voló sobre un recorrido muy apropiado para ello y para él. Hizo sin duda, y así lo reconocen todos, una lectura adecuada sobre la estrategia a emplear y fue el mejor táctica, física y técnicamente, logrando así, también el título en la categoría Élite como lo hizo en el pasado en las categorías Junior y Sub-23 y convirtiéndose en el cuarto ciclista de la historia en realizar la hazaña (Radomir Simunek, Lars Boom y Niels Albert).
La táctica belga de aprovechar todo su potencial contra él duró hasta que decidió abrir fuego y ver lo que pasaba. Y pasó lo que tenía que pasar, que nadie fue capaz de seguirle. Con una forma física en claro ascenso, las cotas cortas o más prolongadas del circuito apenas presentaban resistencia ante su poderío descomunal, y las complicaciones técnicas nunca han sido un problema para un ciclista que comenzó a andar y a realizar acrobacias con la bici a los 3 años. “La bicicleta”, dice el protagonista, “es como mi tercer brazo”. “Cuando monto en bici de lo único que me preocupo es de ir lo más rápido posible, la técnica no es mi problema”. El dominio de la bicicleta es algo natural, innato, que apenas le resta un mínimo de energía.
A Pidcock todo lo que hay que darle es un poco de cariño, un ambiente familiar, eso sí es algo imprescindible, una línea roja que no se debe sobrepasar. Cuando había ganado todo lo que se podía ganar en la categoría Junior, se trasladó a Bélgica al equipo que ya gestionaba Sven Nys, el Telenet-Baloise Lions. No tardó en destacar pero no tanto como podía, a la cadena de rendimiento le faltaba un eslabón que muchos pasan por encima. Vivía solo en un apartamento, sin compañía, algo que no va con él y ante la imposibilidad de que el equipo le ofreciera una casa más grande para convivir con compañeros, pidió rescindir el contrato y así se lo permitieron.
Conoció a su actual entrenador, el belga Kurt Bogaerts, que lo acogió como un hijo y le ofreció la posibilidad de vivir en casa de sus padres, que se convirtieron casi en sus abuelos adoptivos. No le hacía falta nada más, las victorias llegaron de forma natural: Campeonato del Mundo de Cyclo-cross Sub-23, París-Roubaix, el Tour de Alsacia, y si no hubiera sido por una dura caída que le obligó al abandono, quizá se podría haber añadido el Tour del Porvenir, algo de lo que se desquitó ganando el Giro de Italia Sub-23 un año más tarde, en 2020.
Bogaerts afirma que lo que diferencia a Pidcock es ser más atleta que corredor (es conocida su gran capacidad para correr, aunque no tan rápido como se creyó el año pasado cuando colgó en las redes un entrenamiento a pie de 5 kilómetros con una referencia por kilómetro de 2’41’’, algo que levantó mucha polvareda y luego reconoció que el aparato no estaba calibrado adecuadamente). Asegura también su entrenador, que tiene una genética privilegiada que le permite soportar grandes cargas de trabajo y recuperarlas con rapidez, y que lo que es prácticamente imposible para el resto, es algo natural para él.
Aunque ya no se hable de las ausencias, en el futuro habrá que ver de lo que es capaz de hacer con Wout Van Aert y Mathieu Van der Poel en liza. Lo que está claro es que será muy difícil que iguale a Marianne Vos, la otra gran estrella de los Campeonatos del Mundo de cyclo-cross. La neerlandesa ha ganado por octava vez el título mundial de la especialidad, algo inaudito y un récord absoluto, con un mérito, si cabe, aumentado, teniendo en cuanto que lleva compitiendo contra tres generaciones diferentes. Su primer título lo logró hace 16 años, del anterior ya han pasado 8, y ha vuelto a demostrar que cuando se centra en un objetivo aún sigue teniendo coraje, fuerza y reflejos para alcanzar los logros más elevados. Es, sin duda, la mejor ciclista de la historia.
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