Ante grandes adversidades la gente acostumbra, cada vez menos dicho sea de paso, a buscar cobijo bajo creencias irracionales al amparo de que un ser superior pueda otorgarles el destino que creen merecer. No son pocos los que conceden su esperanza a algún dios para que solucione sus males ofreciéndole a cambio fidelidad con respecto a su doctrina y todo tipo de oraciones y gestos en señal de culto. Nadie ha demostrado que surja efecto alguno, pero son muchos los que actúan de esa forma.
Chris Froome ha hecho algo parecido pero con una gran diferencia, su creencia no es exterior, emerge de las profundidades de sus entrañas, de la absoluta convicción de estar capacitado para volver a lo más alto y olvidar por completo aquella grave caída que en la Dauphiné de 2019 partió en dos su cuerpo y su carrera. Desde aquel fatídico junio, el esfuerzo por recuperase y el trabajo minucioso y concienzudo para volver a su nivel, han sido el dogma que ha guiado su vida. Al margen de todo tipo de ejercicios de flexibilidad y fortalecimiento de la musculatura, en los primeros pasos de su rehabilitación, se encomendó a la crioterapia y al cupping, una terapia sin base científica pero de mucho uso en las culturas china y árabe, que se basa en el uso de unas ventosas para activar la circulación de la sangre y acelerar la recuperación, algo a lo que ya accedió Michael Phelps (exnadador y deportista olímpico más laureado de todos los tiempos, con 28 medallas, 23 de oro).
Pese a no lograr, de momento y ni de lejos, acercarse a su rendimiento anterior, Froome sigue trabajando con ahínco en su recuperación. La razón de estar entrenando en las últimas fechas en California no solo es disfrutar de un clima más benigno que en Europa, sino, sobre todo, el centro de alto rendimiento que tiene allí instalado Red Bull y al cual acceden muchas estrellas del deporte para recuperarse de lesiones de todo tipo en las instalaciones más punteras y con la ayuda de unos profesionales de lujo. Incluso se ha animado a compartir algún entrenamiento en los que evidencia un nivel más que aceptable. Lo que esta claro, es que el inglés no está dejando nada al azar, ésta cuidando hasta el más mínimo detalle en su mejoría y está demostrando un nivel de sacrificio que no todo el mundo podría soportar.
Nadie sabe, ni tan siquiera él, si algún día volverá por sus fueros, pero hay que reconocerle un mérito que está a prueba de bombas. Con su palmarés, su edad (35 años), su economía más que solventada, y con todos (o casi) los sueños alcanzados, lo más fácil hubiera sido retirarse, como ha reconocido en más de una ocasión. Pero a la vez siente que su trabajo está aún incompleto y lo quiere rematar con otro Tour de Francia. El tiempo dirá si su fe es capaz de mover montañas.
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