Pese a que el concepto abanderado en su día como “marginal gains” por el Sky ha podido esconder otros procedimientos más obscuros que han salido a la luz recientemente, no hay duda que en este ciclismo tan igualado cualquier beneficio puede resultar determinante por nimio que éste sea. Hay carreras, sobre todo las de un día, que se están decidiendo por unas diferencias imposibles de apreciar por el ojo humano o por un cronómetro ordinario e incluso están poniendo a prueba las interpretaciones de la fotofinish. La Amstel Gold race ha sido el último ejemplo, una carrera entretenida donde las haya con un desenlace, habitualmente, cardíaco.
La carrera neerlandesa se corrió bajo la influencia de lo que aconteció 4 días antes en la Fleche Brabanconne, donde los protagonistas que lucharon por la victoria fueron los mismos: Wout Van Aert y Tom Pidcock, acompañados, eso sí, por Matteo Trentin en la carrera belga, y por el alemán Maximilian Schachmann en la carrera de la cerveza. En ambas se vieron cosas muy interesantes desde el punto de vista del comportamiento, factor que propinó no pocas sorpresas.
Aunque notablemente más fuerte, Pidcock estuvo muy prudente por creerse, probablemente, inferior al belga, que se comportó seguramente con un exceso de confianza en el esprint, donde el británico paso en pocos metros de víctima a verdugo. Le sobrepasó con tal facilidad que dio la impresión estar luchando con un corredor ordinario, algo que sería un insulto viendo sus actuaciones en todos los terrenos. El estreno en profesionales del corredor del Ineos, fue grandioso, seguramente como se espera que sea su futuro inmediato.
En cambio en la Asmtel Gold Race, parecieron intercambiarse los papeles. Pidcock volvió a ser el más contundente en la carretera pero no el mejor en la competición, título que esta vez se llevó Van Aert, algo más deficiente en lo físico pero acertado en las decisiones. El inglés apretó tanto al belga que éste hizo dos gestos inequívocos sobre el dolor que padecía en todo el cuerpo. Cuando Pidcock aceleró en el Cauberg, Van Aert tardó en cerrar el hueco y una vez a rueda se sentó intentando recuperase de tanto sufrimiento. Unos kilómetros más adelante, ya muy cerca de meta, el gesto de codo pidiendo relevo fue contestado por una negación manifiesta con la cabeza por parte del Jumbo-Visma que no podía disimular estar prácticamente extenuado. A mi juicio Pidcock se sintió ganador en ese instante, un error que le costó la victoria. Relevó, si cabe, más fuerte y más largo que los tres hombres más fuertes de la carrera. A diferencia del miércoles en la Felche Brabanconne actuó con el orgullo de sentirse el más fuerte, y en cambio Van Aert asumió, en cierta medida, el papel de víctima. En sus relevos cuidaba mucho tanto la intensidad como la duración y se preocupó de guardar algunas reservas para el esprint.
Llegado el momento, la experiencia jugó un papel importante. Con el resultado del miércoles aún fresco en la memoria, estoy convencido que todos los directores se llevaron las manos a la cabeza cuando vieron al belga liderar el esprint con Pidcock a rueda. Es una de las primeras lecciones que reciben los recién iniciados en el ciclismo: en el esprint hay que colocarse a rueda del favorito para aprovechar su rebufo e intentar superarle al final. Yo pensé lo mismo y Pidcock también, pero no así Van Aert que demostró una gran personalidad por haber realizado el esprint que le convenía y no al que le hubiera obligado su adversario.
Van Aert, dijo, arrancó de lejos, pero a Pidcock, así lo reconoció, se le hizo corto porque pese a tener fuerza no tuvo tiempo para sobrepasarlo. Le faltaron 0,004 segundos, una diferencia marginal que no es la primera vez que decide cosas importantes. El año pasado, en el Tour de Flandes, Mathieu Van der Poel comenzó el esprint medio segundo más rápido que Van Aert y ganó; este año en la misma carrera Asgreen le pagó con la misma moneda al neerlandés, y el domingo, Van Aert, una vez más, puso en evidencia una de los principios más claros del ciclismo. Y es quizás haya que revisar algunas reglas que se creían inquebrantables, porque probablemente algo esté cambiando en un ciclismo que es, cuando menos, mucho más espectacular.
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