Colombia ya ha saldado las cuentas con la historia, ya tiene su primer Tour de Francia y también su gran héroe nacional: Egan Bernal, un ángel de 22 años que se ha trasladado desde la altura de Zipaquirá (2.700 metros de altura) a los puertos de los Alpes para recalar en París con un maillot que hace justicia a su talento, a su carrera y a todo un país que llevaba persiguiendo este objetivo desde que el mítico equipo Café de Colombia de los años ochenta comenzó no sólo a exportar café sino también a los mejores escaladores del mundo como Luis Herrera o Fabio Parra. Ha sido un largo y duro camino que estuvieron cerca de culminar Parra (3º en 1988), Nairo Quintana (2º en 2013 y 2015, y 3º en 2016) o Rigoberto Uran (2º en 2017), pero ha tenido que ser la joya de la nueva generación de oro colombiana la que ha llevado al país a lo más alto de la historia, algo que jamás olvidará una sociedad que necesita al ciclismo para sacudirse las miserias de la vida cotidiana. Porque en Colombia el ciclismo sigue siendo, aún hoy, ese tren al que se suben muchos hijos de campesinos humildes para intentar huir de una vida sin otro premio que el duro trabajo. No escogen un camino más fácil ni sencillo, sólo buscan una recompensa más digna.
Egan Bernal es un ciclista tan precoz que a los 18 años ya tenía un contrato profesional con el Androni Giocatolli-Sidermec italiano, que a los 20 ya ganó el Tour del Porvenir y dos años más tarde se ha hecho con la carrera más grande. La precocidad no siempre trae buenos resultados a largo plazo, hay un sin fin de corredores que son mejores a los 22 que a los 27, pero, de momento no hay razón para temer esa regresión. Bernal sigue progresando año tras año. En 2016, en su primera participación en el Tour del Porvenir, fue cuarto en un carrera ganada por el francés David Gaudu, decimotercero en el Tour de Francia a casi media hora del colombiano. Su compañero de equipo Pavel Sivakov, ganó tanto o más hace dos años, pero la progresión de Bernal ha sido mucho más uniforme y meteórica. Si respetan sus ciclos vitales, si no se apresuran a exprimirlo en exceso, parece tener margen de progresión. Su era no ha hecho más que comenzar.
La victoria de Bernal no ha resultado escandalosa, ha sido fiel a su forma de ser, humilde y sacrificada. Humilde porque casi ha tenido que pedir permiso para moverse en carrera. El día de Valloire fue la primera pieza en la estrategia del Ineos, que pretendía sentenciar con Geraint Thomas pero no ha estado a la altura del año pasado. El día del Iserán cambiaron el turno, dejaron el ataque definitivo para Bernal, mucho más seguro en montaña, aunque mediocre en la crono, que este año apenas ha tenido peso en la clasificación final para fortuna de los escaladores. En cinco kilómetros brillantes dejó todo sentenciado. Subió kilómetro y medio más rápido que los dos que le acompañaron en el pódium; dos y medio más rápido que Alaphilippe al que la lógica aplastó con una contundencia desmesurada.
El francés pago con demasiados intereses su vigorosa actitud durante el Tour y la falta de resistencia, algo que quizás nunca pueda poseer en puertos tan largos. Pese a tener que neutralizarse la etapa, el Iserán definió de forma exhaustiva los méritos de cada corredor. La clasificación fue un fiel reflejo de las virtudes y deficiencias de cada protagonista, y nadie, ni Alaphilippe, sereno y objetivo en la derrota, puso objeción alguna al desenlace.
Esa clasificación también refleja la fortaleza actual del ciclismo colombiano, con tres ciclistas en el Top-10 ha obtenido el mejor resultado de la historia y ciclistas como Daniel Felipe Martínez, Sergio Higuita, Iván Ramiro Sosa, Miguel Ángel López, o Andrés Camilo Ardila (ganador del Girino) aguardan con impaciencia para coger el relevo que dejarán dentro de poco ciclistas como Quintana, Uran, Chaves, Henao etc.
Con esta nueva victoria, Dave Brailsford ha entrado en la historia con un record casi imposible de igualar. Se ha llevado siete de los últimos ocho Tours. Cyrille Guimard y Eusebio Unzue tienen otros tantos, Johan Bruyneel, incluso más (nueve), pero nadie lo ha logrado con cuatro ciclistas diferentes, eso es lo extraordinario. Brailsford se ha convertido en el mago especializado en sacar ganadores del Tour de la chistera. Cuando declaró que quería ganar el Tour de Francia con un ciclista francés se lo tomaron como una arrogancia de un prepotente que desafiaba la historia y el peso de todo un país, pero ahora, con el tiempo, es probable que alguien se esté arrepintiendo de no haber recalado en el equipo inglés y dejarse masajear por las manos de un hombre que convierte en oro todo lo que toca. Brailsford tiene algo que es imposible de explicar. Magnetismo lo llamarán algunos, magia otros, gestión quizás o perfección, obsesión por el detalle. No es de extrañar que el dueño de Ineos, Jim Ratcliffe, lo quiera para fortalecer y gestionar el Niza, equipo de la primera división francesa que acaba de comprar.
De todas formas el Tour de Francia ha sido mucho más que el Ineos, que para nada ha estado a la altura del Sky de los años anteriores, y eso ha sido positivo para la carrera, mucho más colorida y disputada que los precedentes. Pero como decía Tom Dumoulin, y lo puede ver cualquiera que tenga los ojos abiertos, el Sky nunca había ganado por ser el equipo más fuerte, si no por tener los líderes más fuertes, algo que ha quedado constatado este año.
El Tour de Francia ha sido extremadamente duro con los franceses, que este año se permitieron el derecho de soñar con volver a dominar su carrera 34 años después. Alaphilippe parecía un extraterrestre hasta que explotó su platillo volante amarillo, algo que se podría presumir pero nunca garantizar viendo su rendimiento en los Pirineos, tanto en la crono de Pau como en el Tourmalet. Pinot pidió que las estrellas se alinearan para que pudiera ganar el Tour, lo estaban, pero una vez más no acertó en su lectura. Aunque él y su equipo lo nieguen, ese hombre sufre algún mal escénico cuando se planta ante las grandes victorias. Le ocurrió el año pasado en el Giro de Italia, le ha vuelto a pasar este año en “su” carrera. Podría tener que ver algo con el trastorno de somatización. Lo más curioso de los franceses es que el único ciclista en el pódium ha sido el más débil de los supuestos favoritos, Romain Bardet, el ganador del premio de la montaña. Son los caprichos del Tour, que no entiende de sentimientos. Esa carrera no premia la brillantez, sino la regularidad.
El Jumbo-Visma merece unos cuantos elogios por muchos y diferentes motivos. Primero por haber ganado cuatro etapas y colocar, al fin, a un hombre en el pódium. Kruisjwijk había sido cuarto en la Vuelta y el Giro, carrera que a punto estuvo de ganar, y quinto en el Tour del año pasado. Más que su brillantez su regularidad le ha otorgado un premio que merecía. Pero no han sido menos importantes otros logros que quedan más lejanos: Teunissen, Van Aert y Groenewegen (con una victoria cada uno, más la crono por equipos) y el nivel demostrado por el joven Laurens De Plus (23 años), garantizan al equipo un futuro prometedor a corto plazo.
El mejor equipo en su clasificación ha sido el Movistar, pero no en la carretera pese a colocar a tres hombres entre los diez primeros. Landa, con un tremendo mérito por haber ofrecido un rendimiento similar en el Giro (cuarto) y en el Tour (sexto), cosa que ni Nibali, ni Mollema, ni Simon Yates, ni Zakarin, han sido capaces; Quintana, con demasiados altibajos para optar a puestos que parecían suyos cuando tenía 23-24 años; y Valverde, seguramente cabreado por el desconcierto existente en el seno del equipo, han sido tres individualidades que no han acertado a correr de forma conjunta. Seguramente el resultado no hubiera diferido mucho, pero la imagen dada hubiera sido mucho mejor.
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