Siempre ha habido ciclistas que se han negado a respetar las leyes de la mayoría, auténticas joyas de la naturaleza que gracias a su prodigiosidad se han adelantado a todos los plazos establecidos por la lógica fisiológica y que por sus prisas han hecho gala de una precocidad extraordinaria. El recientemente fallecido Felice Gimondi fue uno de ellos. Con 22 años, en su primera temporada profesional ganó el Tour de Francia habiendo sido, poco antes, tercero en el Giro de Italia.
Otros grandes campeones de la historia tampoco le van a la zaga, ciclistas de la talla de Fausto Coppi (ganó el Giro de Italia con 20 años), o Saronni, Bartali o Fignon ya ganaron una vuelta grande antes de cumplir 22 años, edad con la que se impusieron Binda o Merckx. No es tan extraño que en cada generación haya algún ciclista, alguna excepción, que sobresalga de forma singular. Lo que no es tan habitual es que en una misma temporada se den tantos casos como estamos viviendo en la actualidad.
Si ya los casos de Mathieu Van der Poel o Wout Van Aert (aunque no tan precoces, 24 años) han sido llamativos por la inmediatez en destacar y obtener grandes logros (Amstel Gold Race en el caso de Van der Poel, etapa en el Tour de Francia y Dauphiné en el caso de Van Aert) en su cambio del ciclo-cross a la carretera, qué se podría decir de Tadej Pogacar que con tan solo 20 años y en su primera temporada profesional ya ha ganado la Vuelta al Algarve y la Vuelta a California, carrera del World Tour.
O de Egan Bernal que al ganar el Tour de Francia con 22 años se ha convertido en el ciclista más joven en ganar la carrera más importante del mundo tras la primera guerra mundial o lo que es lo mismo, en el tercero más joven de la historia. También su compañero de equipo y compatriota Iván Ramiro Sosa merece ser destacado en este apartado por haber ganado por segunda vez consecutiva la Vuelta a Burgos y no contar aún con más que 21 años.
Pero quién se lleva la palma en esta sección es sin duda Remco Evenepoel, un ciclista que parece destinado a reinventar las leyes de este deporte. No hay ejemplo en la larga historia del ciclismo que se asemeje al de este ciclista de tan solo 19 años. Hasta hace dos años se dedicaba al fútbol, había sido el capitán de la selección belga en la categoría Sub-15, y a los dos meses de haber abandonado, desilusionado el deporte rey, ya había ganado su primera carrera en la categoría. Al año siguiente, en 2018, ganó 14 de las 17 carreras que disputó, casi todas ellas de categoría internacional. Así de imberbe, sin conocer una sola carrera de amateurs, se ha presentado este año en el World Tour y ya ha ganado la Vuelta a Bélgica, una etapa de la Adriática Ionica, el Campeonato de Europa contra el crono y nada más y nada menos que la Clásica San Sebastián, una victoria que despertó la atención de los ciclistas más grandes de la historia y provocó no pocos elogios de los campeones de antaño que, habitualmente, no se prodigan en ese tipo de comentarios. Su exhibición no fue para menos. Casi me atrevería a decir que ningún corredor que se haya rezagado en un puerto a falta de 35 kilómetros para la meta sin otro motivo aparente que la falta de fuerza, ha sido capaz de empalmar con el pelotón, realizar labores de gregario, contra atacar y tras una persecución del pelotón llegar en solitario a meta, aguantando en cabeza en el mismo puerto en que se había rezagado 25 kilómetros antes. Fue algo inaudito, único, increíble, histórico. Incluso su propio director en carrera reconoció que tras verle quedarse en la subida pensó que todo había finalizado para él, y que estaba realmente sorprendido por lo ha había realizado porque ni tan siquiera habían barajado la posibilidad de que fuera capaz de disputar la carrera. Pero quien mejor definió lo ocurrido fue un protagonista que sufrió, como en muy pocas ocasiones, en sus propias carnes la exhibición de Evenepoel. Éste es el twit que dejó todo un Andrei Amador:
De momento desconocemos los datos de la virtudes físicas de Remco Evenepoel, pero seguro que es pura opulencia en todos los requisitos que tienen que ver con el rendimiento humano; un consumo máximo de oxigeno extraordinario, una eficiencia brillante, una tolerancia al ácido láctico desorbitada, una capacidad de sufrimiento a prueba de bombas, una reserva de energías descomunal y una aptitud inusual para gestionar de forma adecuada las inmensas expectativas que se centran en él desde que el año pasado ganara los dos Campeonato del Mundo en la categoría Junior y pasara directamente al World Tour.
Nadie sabe de momento el tipo de ciclista que será el prodigio belga, si será hombre de vueltas grandes o pequeñas, de clásicas o de todo ello, pero si cumple con la definición que le dedicó Cyril Guimard, el ciclismo puede disfrutar de lo nunca visto. El descubridor, entre otros, de Hinault y Fignon, declaró que era una especie de Merckx más Hinault y un toque de Bernal y Mbappe.
De todos modos, el mayor favor que le puede hacer el ciclismo es permitirle expresarse como lo viene haciendo hasta ahora sin estar continuamente comparándolo con otros astros que tuvieron su propia personalidad en un momento determinado que en nada se asemeja al actual. De momento conformémonos con seguir disfrutando de esta maravillosa rebelión de los prodigios.
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