Finalizada la primera semana del Tour de Francia y salvando algún caso aislado, la carrera ha llegado a su primer punto de inflexión sin excesivos daños colaterales. Sin excepción, es la semana más peligrosa de las tres, en la que se vive una tensión insoportable por permanecer en cabeza del pelotón o allí donde a uno le permitan las circunstancias, intentando, siempre, evitar la terribles caídas que aparecen por doquier en el momento más inesperado con, a veces, consecuencias desastrosas. Una semana en la que las palabras más manidas son peligro, tensión, nerviosismo, y caída, que según muchos siempre son consecuencia de la lotería y la suerte. Discrepo, no estoy, del todo, de acuerdo.
Si entendemos como suerte aquel resultado en el que uno no tiene una influencia directa, es cierto que en ocasiones, no siempre, uno obtiene sin mediarlo un golpe o el empujón del azar, aunque nadie reconoce éste último extremo. No hay deportista que reconozca que un logro sea fruto de la casualidad, en cambio, todo aquella desgracia se debe a la mala suerte, y no siempre es así. Digo yo que cuando un ciclista se cae una y otra vez, algo tendrá que ver su habilidad sobre la máquina, o si pincha constantemente, no será siempre por arte de birlibirloque, quizás, habrá que analizar los neumáticos utilizados en un momento determinado y su presión, el material, quizás excesivamente rígido para ese recorrido, o la técnica con la que rueda. Habrá que hacer un análisis concienzudo para analizar en profundidad lo ocurrido, averiguar las razones e intentar evitar las consecuencias que son negativas, porque la búsqueda de soluciones adecuadas siempre exige una gran dosis de autocrítica y no ampararse siempre en la mala suerte, que, a menudo, es la excusa en la que se pretende ocultar algunas deficiencias.
Desconozco con exactitud las razones por las que se cayó Richie Porte y tuvo que abandonar, una vez más, la carrera, pero su amplio palmarés de caídas habla poco a su favor. Quizás no lo provocó él, pero hay corredores que ante la responsabilidad, el miedo o la presión jamás aciertan a escoger la solución correcta en una situación de alarma como la que provoca una caída o una bajada a toda velocidad. El año pasado, también en la novena etapa y también en una etapa decisiva, bajando el Mont du Chat se salió en una curva de forma inexplicable llevando incluso la referencia de otros corredores que iban delante y a la vista, indicándole las referencias para negociar las curvas correctamente y sin peligro. Ayer se cayó en una montonera en la que seguramente no se le ocurrió ni saltar, ni esquivarla por la derecha o izquierda, o frenar a tiempo. Y se podrían poner más ejemplos. Y ojo, quizás no pudo, y no tenía otro remedio que caerse, pero hay corredores que se bloquean de tal forma que en esas situaciones corren a ciegas. Creo que él es uno de ellos.
Sería injusto achacar toda la culpa y siempre al corredor porque hasta los más avezados cometen errores y se caen, pero hay ejemplos bien claros en la que se comprueba con facilidad la diferencia entre corredores más o menos habilidosos. En la espectacular caída de Chris Froome, Greg Van Avermaet y Nibali, iban pegados al británico pero no se cayeron. Tuvieron reflejos suficientes para frenar lo justo, echarse a la derecha y salvar por los pelos la caída. No mantuvieron el equilibrio por la buena suerte, sino porque la frescura mental, unos buenos reflejos, una rapidísima capacidad de acción-reacción, y una técnica adecuada para ejecutarla, les permitió tomar la única solución correcta. La salida de Armstrong en la caída de Joseba Beloki en La Rochette es otro buen ejemplo, u otro detalle que se vio ayer. Tejay Van Garderen rodaba rezagado con miedo de coger la estela de los coches para avanzar con más facilidad y, en esas, llegó zig-gazeando el campeón belga Ives Lampaert que con mucho más arrojo y decisión iba de coche en coche y llegó al poco tiempo a la cola del pelotón, lugar al que accedió al poco tiempo también Van Garderen. En la siguiente curva el estadounidense se fue al suelo; el belga estaba a mitad de pelotón. No creo que fuera una consecuencia de la suerte, sino de la bien diferenciada actitud y técnica que tiene cada cual.
En cuanto a los pinchazos (tres) de Bardet y algunos más de otros corredores de su equipo, no me creo que todo se deba a la mala suerte. Desconozco los neumáticas que utilizaron, la presión con la que iban e incluso el perfil y la dureza de las llantas que llevaban, pero yo me decanto más por una equivocación del material que por una orden del diablo. En los pinchazos también tiene una importancia significativa la forma de rodar y por donde se hace. Hay corredores a los que habitualmente se les ve dando pequeños saltos sobre el pavés pera evitar algunas piedras más puntiagudas, o rodando con cierto relajo amortiguando incluso con el cuerpo los duros impactos contra el suelo. Otros en cambio se comen todos los baches y ruedan de forma rígida por el peor sitio posible. Eso, que no sé exactamente si es el caso de Bardet, pero lo deduzco, también tiene su incidencia en ese tipo de desgracias.
De todas formas, hay un punto muy claro que habla a favor de introducir el pavés en el recorrido del Tour de Francia. Por mucha tensión que se viviera ayer camino de Roubaix, y por mucho que la mayoría de los grandes favoritos se vieron en más de una ocasión rezagados por diferentes motivos, casi todos ellos entraron bien juntitos porque a diferencia de las etapas de montaña ese tipo de etapas permiten que la labor del equipo o del grupo en el que se rueda, pueda solucionar situaciones bien complicadas, algo prácticamente imposible en los grandes puertos. A excepción de Richie Porte, el resto de grandes favoritos son aún las hojas de una margarita que en adelante se irá deshojando en los puertos por la capacidad física de cada uno. Ahora, la suerte está echada.
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