Además de hacer caer al mundo entero en una tremenda contradicción en la que las mismas instituciones piden al mismo tiempo calma pero toman medidas excepcionales como suspender carreras, actos, congresos, eventos, cerrar empresas y aislar a regiones enteras que no hacen más que expandir el miedo a una velocidad supersónica, el Coronavirus está dando una auténtica cura de humildad a la humanidad por su fragilísima vulnerabilidad. De repente, en apenas tres meses, ha bloqueado a países que se creían intocables y ha puesto en entredicho la capacidad de reacción de la sociedad ante problemas desconocidos. El ciclismo, evidentemente, no es ajeno al problema y, sobre todo Italia, está padeciendo, en términos deportivos, el golpe más cruel de la enfermedad, la suspensión, entre otras, de una de su carreras más ilustres, la Milán-San Remo, algo que solo ha sucedido en los dos guerras mundiales, en 1916, y en 1944 y 1945. Los organizadores, a quienes, más que el prestigio de la carrera y el perjuicio al ciclismo, les preocupa la pérdida de ingresos que sufrirían de no celebrarse la prueba, los organizadores,-decía-, están haciendo todo lo posible para encontrar un nuevo emplazamiento en el apretado calendario y parece ser que la nueva ubicación se podría dar en Septiembre, aplazando una semana el Giro de Lombardía, el otro Monumento que se disputa en el país transalpino.
Además de la suspensión de ciertas carreras (Strade Bianche, Tirreno-Adriático, G.P. Industria e Artigianato, Giro di Sicilia…), hay equipos que consideran peligroso seguir compitiendo en las condiciones actuales ya que temen un posible contagio de sus miembros como sucedió en el UAE Tour que hubo de suspenderse antes de tiempo. El Ineos, el Movistar, el Mitchelton-Scott, el Astana, el Jumbo-Visma, el UAE o el CCC han decidido no acudir prácticamente a ninguna carrera hasta el 20-23 de marzo, que coincide con el inicio de la Volta a Cataluña. Evidentemente la merma en la participación es importantísima porque las carreras a las que iban a acudir se han quedado sin Valverde, Froome, Bernal, Thomas, Fuglsang, Jon Izagirre, Adam y Simon Yates, Pogacar, Gaviria, Roglic, Groenewegen, Wout Van Aert y algunos más cuya aportación a la competición es irremplazable. Esto me ha provocado dos reflexiones. Por una parte, que los organizadores (sobre todo ASO) no están dispuestos a dejar de organizar sus carreras por el quebranto que eso provocaría a sus cajas registradoras, y pese a no contar ni con la mitad de las estrellas del pelotón, seguirán mostrando su poder antes de dejar ningún resquicio de debilidad ante los equipos y corredores.
Por otra parte, los equipos deberían sacar de esta situación inaudita una lección que podría abrir una vía para intentar lograr el objetivo que persiguen con muy poco éxito: el cambio de modelo de negocio del ciclismo. Como en cualquier otro deporte, y en mi opinión como es lógico, los equipos (algunos) han comenzado a exigir una parte proporcional de los ingresos que por derechos de imagen perciben los grandes organizadores y que apenas reparten en forma de propina a través de unos premios ridículos. Siempre que han pretendido hablar del tema se han dado de bruces contra la puerta blindada de las grandes empresas que manejan este deporte. En alguna ocasión alguien se ha atrevido a plantear una huelga y dejar de acudir a las grandes vueltas para forzar un reparto más equitativo de los ingresos que genera el ciclismo gracias, sobre todo, al esfuerzo de los ciclistas. Pero la presencia de un miedo irracional ha provocado que nadie, absolutamente nadie, se haya atrevido a prescindir del Giro de Italia o del Tour de Francia aludiendo el perjuicio para su sponsor o las represalias del organizador. Ahora, en cambio, la aparición del maldito virus ha provocado que grandes equipos hayan dejado de lado grandes carreras que también conllevan una pérdida de imagen para su patrocinadores (nada comparable al Tour de Francia, claro está), pero lo han hecho por un beneficio que tampoco está del todo claro. Creo que de volver a fracasar unas conversaciones que, la verdad, en estos momentos no se dan, el Coronavirus ha abierto la única puerta por la que pasa la solución al cambio que necesita el ciclismo para que los equipos se puedan asegurar una fuente de ingresos al margen de sus propios sponsor y tener garantizado una durabilidad que nunca ha existido: dejar de acudir a las carreras para lograr, por fín, un modelo de deporte más equilibrado, seguro y, sobre todo, más ecuánime. Hasta de lo más negativo se puede sacar siempre, algo positivo.
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