Escribí la pasada semana que cuando gana Van der Poel gana el ciclismo. Estaba equivocado, el ciclismo gana hasta cuando pierde el holandés de oro. Pocas veces un corredor es recordado solo por su empeño si éste no viene acompañado de un triunfo, pero una de esas excepciones se ha dado éste fin de semana en la Kuurne-Bruselas-Kuurne, donde Van der Poel dio un auténtico recital que no tuvo su recompensa, que por merecimientos, hubiera sido, sin duda, la victoria. Pero al último vencedor del Tour de Flandes no solo se puede juzgar por los resultados, su personalidad transciende a una clasificación y es mejor ver perder de esa forma a un corredor, que haber ganado sin aportar nada al ciclismo. Creo que en ésta edición de la Kuurne, será más recordado la exhibición de Van der Poel, que la victoria de Mads Pedersen.
Van der Poel es único, solo él es capaz de hacer todo lo que hace. No hay otro con su imaginación, con esa desmesurada voluntad para dar la cara, nadie que escriba los guiones como él y menos quien los interprete. Un ciclista sin prejuicios que está revolucionando el mundo del ciclismo en todos los aspectos. Para empezar tiene una personalidad de tal calibre que no ha sucumbido a los contratos millonarios de las estructuras más fuertes. Es un electrón libre, indomable que se enfrenta a la jerarquía del poder económico en solitario. Su equipo es el único que aspira a los monumentos sin pertenecer al World Tour, donde la mayoría de las escuadras cuentan con más de una opción para jugarse la carrera. El Alpecin-Fenix también pero todas ellas, las más serias, se concentran en él. Lo mismo puede ganar en solitario con exhibiciones de otros tiempos, como hacer la carrera añicos y ganar en un grupo reducido o imponerse a los grandes esprinters. Lo puede hacer todo, y todo en la misma carrera. Tiene una capacidad deslumbrante para improvisar acciones que, de todas todas, pillan de imprevisto a casi todos los contendientes, que no alcanzan a entender lo que la mayoría considera auténticas locuras. En la Kuurne, así lo dijeron los adversarios, esperaban un ataque en el Oude Kwaremont, siempre subrayado en rojo en esos lares, pero él se adelantó con un ataque a 80 kilómetros para la meta, 20 kilómetros antes de lo que la mayoría creía ser racional.
Con el ecuatoriano del Ineos Jhonatan Narvaez también entregado en el desafío, alcanzaron la cabeza de carrera y pusieron en jaque al resto de favoritos, que se tuvieron que organizar como nunca para impedir otro varapalo. Provocó que ciclistas rivales entre sí, parecieran del mismo equipo, o que Asgreen se convirtiera por un día casi en lanzador de Mads Pedersen, ganador a la postre tras enlazar con la cabeza desde un tercer grupo que nunca se enteró de lo que pasaba por delante.
No es la primera vez que Mathieu Van der Poel se convierte en el mejor ejemplo del ciclismo ofensivo, no es solo el tipo de ciclismo que interpreta, su aportación va más allá, porque obliga al resto de corredores a salir de su zona de confort y ofrecer lo mejor que tiene cada uno. Con él no es suficiente con seguir el guión habitual de permanecer siempre bajo el paraguas del equipo hasta el punto kilométrico donde todo el mundo sabe que se deciden las carreras. Van der Poel obliga a otro tipo de lecturas sin conocer el desenlace final. Se trata siempre de aventuras de un niño travieso que no hace otra cosa que jugar con su bicicleta, un valor que el ciclismo robotizado tiene marginado. Ya lo dijo su padre Adrie, también gran corredor: “a Mathieu es en balde decirle nada, él hace lo que cree que debe hacer”. Y casi siempre lo hace bien, a la vista está.
Por supuesto que para desarrollar todo eso que imagina, cuenta con unas extraordinarias cualidades que la naturaleza le ha otorgado casi sin límites, aunque alguno tiene. Yo daría por seguro que nunca será un buen escalador de largos puertos, ni un corredor de grandes vueltas. Primero por su peso. Aunque los hay, y su archirival Wout Van Aert es uno de ellos, arrastrar 75 kilos en pendientes que rondan el 8-10 % de pendiente durante casi una hora, se hace, nunca mejor dicho, muy muy pesado. Hay que tener una resistencia que hasta el momento Mathieu no ha presentado. Segundo, por su personalidad. A Mathieu le gusta la diversión, moverse, actuar, apostar, arriesgar, la prudencia y precaución están en desuso en su diccionario particular. Eso le aburre, y a muchos aficionados también. Personalmente no le veo disputando una grande, pero tampoco lo considero importante porque en todo lo demás, el nieto de Poulidor eleva el ciclismo a una dimensión en la que siempre sale ganando, siempre, el aficionado.
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