El mundo del ciclismo ha asistido atónito a un vuelco en la clasificación general del Tour de Francia de dimensiones históricas, seguramente superior al vivido en 1989 entre Greg Lemond y Laurent Fignón, disgusto del que todavía los franceses no han encontrado la terapia adecuada. No existía un solo argumento para poder predecir lo ocurrido en La Planche des Belles Filles, ni uno, ni la fe podía con ello. Pero ha ocurrido. Milagro. Y gracias a él un ciclista imberbe, hoy lunes 22 años, el segundo más joven en toda la historia de la carrera, ha entrado en el libro de oro demoliendo una pared que en la salida parecía inquebrantable.
No es fácil explicar de forma razonable lo acontecido, probablemente sea imposible, pero es evidente que se han concitado dos circunstancias que parecía nunca se darían al mismo tiempo: un rendimiento extratosférico de Pogacar y un hundimiento de Roglic en la subida final, un terreno en el que se ha mostrado inflexible durante todo el recorrido.
Roglic no presentaba ningún síntoma de preocupación. Se había mantenido tan seguro y fuerte durante los últimos días como los primeros, sin un ápice de vacilación en su rendimiento. Su conocimiento de la especialidad es total: ha ganado 10 pruebas contrarreloj, ha sido sub-campeón del Mundo de la especialidad y la comparativa con Pogacar era claramente a su favor. Tampoco lo tenía pisándole los talones, 57 segundos de margen deberían ser suficiente para reconducir cualquier apuro. Había, eso sí, un diminuto pero: en el Tour de 2018 había perdido el podium en la última crono y también presentaba otros tres resultados dubitativos similares. Pero nada era como entonces, ahora se encontraba en otra dimensión. Creíamos.
Su crono fue aceptable hasta el comienzo del puerto y desastrosa en él, algo sorprendente. Quinto y cuarto mejor en las dos primeras referencias, su clasificación final tampoco fue execrable: quinto. Si hacemos el ejercicio de excluir por un momento a Pogacar, nadie se hubiera sorprendido, creo yo, de ver a Dumoulin 35 segundos por delante de su compañero (más le sacó en el Campeonato de Mundo de Bergen, 57 segundos en 31 kilómetros). Además no es raro ver que el ganador final del Tour no sea capaz de ganar la crono final, es algo que le ha ocurrido al más pintado. Indurain, por ejemplo, tampoco fue capaz de ganar todas ellas. Ni Armstrong, ni Riis, ni Ullrich, ni Contador, ni Froome ni Thomas. Lo que es realmente asombroso es el bajón que sufrió Roglic en la subida final. Pogacar le aventajó en 1’20’’, 13 segundos por kilómetro, una auténtica barbaridad, y la cuestión es saber el por qué. Yo me decanto por pensar que sufrió un bloqueo psicológico. Roglic aseguró que no era agradable escuchar por el pinganillo las referencias que le pasaban, y pienso que a pie de puerto, sintió la amenaza real de algo para lo que no se había preparado: la perdida del amarillo. Su plan quedó, de repente, hecho trizas, y no había plan B. Seguro que no llegaba a explicarse lo que estaba ocurriendo. Sería un mal sueño, pensaría. Su pedaleo, seguro, ágil y eficaz siempre, comenzó a perder la compostura habitual. Se erguía sobre los pedales en un intento de acelerar la marcha, de recobrar las sensaciones que no encontraba sentado. Repetía el ejercicio una y otra vez, algo nunca visto en él. Su cuerpo, su pedaleo, era el espejo de su estado mental, un nudo de nervios que no podía desatar por mucho empeño que pusiera. Cada vez más consciente de la debacle, Roglic alcanzó desencajado la meta a la que aún no ha llegado.
Aunque el resultado final haya supuesto un cataclismo y una herida muy difícil de curar para Roglic, no es el único culpable. Es imposible determinar porcentajes, pero yo me inclino por pensar que tiene más peso el mérito de Pogacar que el demérito de Roglic. Como ha quedado acreditado antes, pese al pésimo parcial en la subida, la crono de Roglic, en general, no fue una catástrofe. Quién se salió de la tabla fue Pogacar que se sacó un Tour de la chistera. Sin previo aviso apareció el Indurain de Luxemburgo, el Armstrong de Mulhouse o el Lemond de París. Con todos los atributos de su edad, eufórico, atrevido, desvergonzado, sin ningún tipo de complejo salió dispuesto a asaltar la banca y mientras sus adversarios esperaban que se diera de bruces contra la pared de Belles Filles fue capaz de acelerar, incluso más, y destruir todos los récord habidos y por haber en el lugar, y estableciendo uno (16’10’’) que veremos quién y cuándo se lo arrebata. Además, no es el primero que ha implantado en la carrera, Peyresourde, Marie-Blanque, Pas de Peyrol, y Grand Colombier también le pertenecen.
Nadie se explica de donde ha sacado tanta energía cuando la nota general suele ser la escasez de la misma, pero está claro que ha supuesto una auténtica revolución y no solo por el resultado. La insolencia con la que corre, su frescura, humildad y forma de actuar ha sido de lo más positivo de estas tres semanas, el corredor que más ha insistido en romper el rodillo del Jumbo-Visma junto con el Sunweb, aunque éstos con otros objetivos más humildes que la general. Pogacar también ha puesto en entredicho una forma de correr que instaló Armstrong y que posteriormente han imitado sin más reflexión la mayoría de los equipos que luchan por la general.
Una forma de actuar muy productiva si se cuenta con el ciclista más fuerte y rematador, pero que hipoteca a todo un equipo sin poder garantizar alcanzar los objetivos que se persiguen. Pogacar ha demostrado que no hacen falta 7 compañeros de equipo alrededor de uno todo el rato para ganar o hacer podium, ni ningún otro puesto. Parece que es un principio ineludible correr bajo ese modelo, pero no lo es. Él no ha podido contar ni con Aru ni Formolo en las etapas importantes; De la Cruz, lastrado por caídas, solo ha estado disponible en la última semana; Kristoff, otro de los protegidos, poco ha podido ofrecer, y el resto han hecho lo que buenamente han podido, pero sin llegar ni de lejos al nivel de otros muchos equipos, pero ahí está el resultado. Pogacar, a excepción de su propio error el día del abanico de Lavaur, ha estado siempre en el lugar adecuado sin disponer de tanta ayuda como otros, porque un corredor también tiene que saber apañárselas a solas o con pocos medios. Viendo eso creo que la mayoría de equipos se deberían replantear su filosofía y no harían mal en dar algo más de libertad a corredores que la merecen, circunstancia que solo ocurre cuando se ha fallado en el objetivo de la general y se pretende luego salvar los muebles atacando en tromba con todo lo disponible.
Dado que el ser humano aprende muchas cosas por imitación, no estaría mal que intentaran emular a Pogacar, la nueva joya que ha provocado una revolución y que, esperemos, tenga muchas cosas que ofrecer en el futuro.
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