A las muchas virtudes que se le pueden atribuir a Primoz Roglic ahora hay que añadirle una más, la solidez, una característica que además está bañada en oro gracias a su victoria en la crono de los Juegos Olímpicos. La consistencia que demuestra el campeón esloveno cada vez que se le presenta un problema, es una particularidad que solo exhiben los ciclistas más grandes, los muy especiales y Roglic pertenece a esa clase. Sin ella es imposible interpretar correctamente su carrera deportiva.
Hay muchos ciclistas con cualidades físicas muy especiales que ayudados por ciertas circunstancias pueden desempeñar en ocasiones papeles muy destacados, pero quizás algo excesivos según se comprueba a la larga. No hay nada que objetar a lo conseguido, ni demérito que acusar. Todo lo contrario. Cualquier ciclista que haya logrado algo importante pertenece a un grupo selecto, pero nadie que no posea una fortaleza mental desorbitada puede perdurar en lo más alto de la pirámide durante mucho tiempo. Ahí entramos en otra dimensión, en un club exclusivo en la que se dan cita los más grandes de la historia. Por palmarés, puede que Roglic aún esté algo justo de contenido, pero su comportamiento nada tiene que envidiar a los más grandes. No hay otro corredor que se recupere en tan poco tiempo y se rehaga de todas y cada una de las adversidades que se le presentan.
El año pasado fue el Tour de Francia, carrera que perdió de forma incomprensible en la última crono. Cualquier otro se hubiera roto de tal forma que no se hubiera recompuesto sin una terapia efectiva. Roglic asimiló en minutos lo sucedido, lo relativizó y felicitó al ganador con un gesto que le honra. Sin obsesionarse con lo acontecido, tuvo valor y motivación suficientes para preparar a conciencia la Vuelta a España y ganarla por segunda vez.
Éste año ha sufrido más de un traspiés que hubieran afectado de forma importante a cualquiera, pero que en el caso del esloveno parecen haber incluso fortalecido una personalidad inquebrantable. Perdió la París-Niza en la última jornada por sendas caídas y alguna decisión equivocada, pero nada más atravesar la línea de meta felicitó al ganador (Max Schachmann) sin ningún tipo de rencor. Lo del Tour fue peor. Se sometió a una vida monacal para presentarse como nunca a la carrera francesa pero una caída, por culpa propia todo hay que decirlo, echó por tierra seguramente una de las mejores ocasiones para lograr su sueño.
Sin tiempo para la consolación, y una vez recuperado de las lesiones, se fijó como meta el Oro en los Juegos Olímpicos, objetivo que acabó abrazando en la crono, una especialidad que exige todas las virtudes psicológicas. Su entrenador Marc Lamberts no daba crédito a lo que ocurrió. Tuvo la humildad de reconocer haberse equivocado por completo. Roglic sufrió calambres en la parte baja de la espalda en la carrera en linea, la lesionada en la caída del Tour de Francia. Lamberts llamó a otro entrenador del equipo (Mathieu Heijboer) y aconsejó que el esloveno no participara en la prueba individual. Además de no poder rendir de forma razonable, creían que podría interferir en su recuperación. Roglic no les hizo caso, porque según parece algunos pronósticos razonables no sirven para los casos excepcionales. Y Roglic lo es, sobre todo su fortaleza mental.
Ahora que se está hablando tanto de lo cruel que puede ser la presión que sufren los deportistas de élite, lo atroz que resulta tener que responder por unas expectativas propias o externas, y lo inhumano que puede resultar esa experiencia, Roglic es un ejemplo, seguramente una rara excepción, de saber convivir con situaciones extremas. Parece que no hay desgracia que le desequilibre, infortunio que le saque de sus casillas o calamidad que le haga abandonar el camino que emprendió para llegar y permanecer en lo más alto. Roglic demuestra tener tanto margen de maniobra mental que no hay nada que altere su entereza. Es una solidez que le asegura una estancia eterna entre los más grandes.
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