El sábado se disputaron dos carreras que elevaron el ciclismo a la grandeza a la que aspiran todos los buenos aficionados. Dos acontecimientos que sin duda saciaron a los más exigentes seguidores. Se concitaron un Monumento, la Milán-San Remo, que tuvo un desenlace a la altura de su prestigio, y una demostración de rendimiento en la Vuelta a Polonia de tal envergadura que todos los fisiólogos-entrenadores andarán preguntándose qué característica que desconocen posee Remco Evenepoel en ese cuerpo diminuto de futbolista que tiene deslumbrado a todo el mundo. Sin duda, fue un gran día de ciclismo.
Lo que a principios del año pasado fue Julian Alaphilippe, lo está siendo este año Wout Van Aert, los dos grandes protagonistas de la clasiccisima. Su comienzo ha sido un calco en cuanto a resultados: ganaron la Strade Bianche y la San Remo demostrando ser ese tipo de grandes corredores ambivalentes que merecen ser recordados por su rendimiento y compromiso.
En mi opinión la espectacular victoria de Wout Van Aert se cimentó en dos circunstancias que definen con exactitud el tipo de corredor que es y su origen. El primer punto decisivo estuvo en el Poggio. Alaphilippe fue capaz de descolgar unos metros al belga pero no de hacerlo reventar, algo que sin duda fue una virtud del corredor del Jumbo-Visma por su conocimiento del rendimiento humano. Si como ocurre en casi todos los casos en ese tipo de subidas Wout Van Aert se hubiera guiado exclusivamente por el sufrimiento y hubiera pretendido aguantar solo unos cuantos metros más al ciclista francés, el ácido láctico que llevaba acumulado hubiera explotado en sus músculos haciéndole ceder de forma irreversible perdiendo la carrera en ese mismo instante. Conocedor de ese riesgo, elevó un pelín el pie permitiéndole a su cuerpo seguir soportando un dolor de piernas al que está acostumbrado por sus años de cyclo-cross, un tipo de esfuerzo agónico que se asemeja mucho al que tuvo que realizar en el Poggio. Una proporción de la victoria ya estaba conseguida, pero quedaba la otra parte, que no era más sencilla y además exigía otro tipo de virtudes. Gestionar tus propias fuerzas y las de un adversario del calibre y la experiencia de Julian Alaphilippe, el vigente ganador, calcular el trabajo a realizar con la presión visible de un pelotón que amenaza con engullirte, es un ejercicio de ajedrez realizado a 200 pulsaciones con un nivel de jadeo que no te permite pensar, por lo que las decisiones hay que tomarlas por intuición. Pues Van Aert también fue capaz de ejecutar esa acción con la perfección que exigía la situación llevándose una victoria que le convierten en uno de los grandes clasicómanos del pelotón actual.
En Italia, Bélgica reconquistó una clásica que no lograba desde hace casi 40 años (la última victoria de un corredor nacido en Bélgica fue 1981 por parte de Fons de Wolf; Andrei Tchmil, ganador en 1999 tenía nacionalidad belga pero era moldavo). Y en Polonia, casi al mismo tiempo, recobró, definitivamente, la esperanza, cada vez más real, de revivir algo semejante a lo que vivieron en los 70 con el dominio absoluto del inigualable Eddy Merckx. No entraré en la provocación de comparar a Evenepoel con el ciclista más laureado de la historia del ciclismo, ni realizaré pronósticos que por muy concienzudos que puedan ser llegarían nunca a producirse, por defecto o por exceso, pero afirmo con rotundidad que la exhibición de fuerza y el derroche de valentía que realizó el joven prodigio de tan solo 20 años, fue una de las mayores exhibiciones de la historia y una prueba inequívoca de que ese corredor puede ganar cualquier carrera. Cualquiera!!
Lo primero que llamó la atención de Remco Evenepoel fue la superioridad aplastante que ejerció en la categoría Junior, sacando ventajas tan escandalosas como dos, tres cuatro en incluso diez minutos de ventaja al segundo. Pero es que está haciendo algo similar en el World Tour nada más estrenar la categoría. En Polonia, aventajó en casi dos minutos al segundo clasificado, Jakob Fuglsang, uno de los mejores especialistas en pruebas de una semana. Lo que realizó el sábado en la etapa más dura de la carrera, fue algo estratosférico, solo comparable a la hazaña de Chris Froome en la etapa de Finestre en el Giro de hace dos años, o a otras pocas más exhibiciones que grandísimos campeones del pasado han dejado para la posteridad, algo casi inaudito en el ciclismo más igualado que ha habido nunca, donde sacar unos pocos segundos es todo un logro.
Evenepoel está destruyendo las leyes más básicas que han estado dirigiendo este deporte en los últimos años. Cuando un corredor, por grande que fuera, ha tenido la osadía de atacar a falta de 50 kilómetros para la meta, ha supuesto, en la mayoría de los casos, la tumba para sus propios intereses, dado que los equipos más potentes ponían a trabajar a sus gregarios para mantener la diferencia en el llano, y una vez llegado el puerto, cansado y con menos fuerzas el fugado, y frescos, con la mejor artillería en la recámara quienes habían viajado, cómodos, en el interior del pelotón atrapaban y echaban por tierra todo el buen hacer del valiente aventurero. Eso ya no vale con Evenepoel que tuvo a un minuto de ventaja al grupo de los mejores en el llano durante casi 35 kilómetros, y tuvo arrestos para sacar, incluso, más ventaja en la parte más dura del recorrido. El belga nos trasladó al terreno de lo desconocido. Esta vez no hubo ni gregarios ni líderes que pudieran hacer lo más mínimo para atrapar a la apisonadora en que se ha convertido Evenepoel. Incrédulos ante lo que estaba aconteciendo, corredores de la talla y el palmarés de Fuglsang, Simon Yates o Majka, no tuvieron otro destino que sufrir para terminar con dignidad una etapa que no olvidarán jamás.
Los fisiólogos deben estar preguntándose que es lo que ocurre en el interior de Evenepoel para poder desarrollar semejante cantidad de watios durante tanto tiempo sin mostrar ni el más mínimo síntoma de cansancio. Es un misterio que un corredor que lleva tan sólo 3 años sobre la bicicleta, pueda, de buenas a primeras, ofrecer ese rendimiento tan extraordinario. Algo increíble. Parece que sus músculos son ajenos a las consecuencias del ácido láctico, si es que llega a acumular algún exceso; que sus pulmones poseen una capacidad tan elevada como para provocar un huracán de oxigeno, y que cuenta con un corazón que bombea sangre con la fuerza de un tanque para que todas su células musculares generen energía en cantidades desorbitantes. En vista de lo que es capaz, se podría asegurar que ese niño no conoce aún lo que es el dolor de piernas, la auténtica pesadilla del resto de los ciclistas. Es una incógnita que habrá que descubrir en el futuro, pero quizás sea algo de lo que esta exento por gracia de la naturaleza, que sin duda le ha regalado eso que solo han poseído los más grandes de cada época.
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