El Tour de Romandía ha tenido un ganador, Alexandre Vlasov, que define a la perfección la identidad de la carrera suiza. Es una prueba de categoría World Tour, muy bien organizada, con una infraestructura muy profesional, seria, segura, de costumbres fijas, que discurre siempre por entornos de postal, pero en mi opinión, muy mal diseñada y triste, que no dice nada al espectador, atónito ante la riqueza paisajística pero adormecido ante la falta de espectáculo. Es posible que sea una percepción personal, pero es algo que se repite cada año y atendiendo la escasa, casi nula divulgación que ha tenido la carrera en los medios europeos más importantes, diría que es una impresión generalizada.
Creo que una vuelta de una semana nunca debería tener dos pruebas cronometradas, y menos como comienzo y final. Personalmente, me decanto más por ofrecer una de distancia ajustada, sin sobrepasar 15-20 kilómetros, porque si no, se corre el riesgo de perjudicar en exceso a los no especialistas. Tampoco es cuestión de facilitar las cosas a los escaladores, pero cuanto más diversidad de protagonistas mejor para la carrera, y Suiza, en cuanto a recorridos, ofrece un sinfín de posibilidades para todo tipo de corredores. También es cierto que veníamos de una época en la que ha habido una auténtica orgía del espectáculo y casi cualquier carrera por etapas sale perjudicado en comparación a lo que ofrecen las clásicas de primavera. Sin embargo, la Tirreno, la París-Niza y la Itzulia han tenido un desarrollo mucho más atractivo que la carrera suiza y unos protagonistas que también están claramente por encima que los que han destacado en Romandía.
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Nada se le puede reprochar a Vlasov, el mejor sin duda durante toda la semana, disputando incluso las victorias parciales al esprint, una especialidad en la que nunca ha destacado. El ruso está siendo uno de los corredores más regulares de este tramo de la temporada. Ganó la Vuelta Valencia a comienzos de febrero y tras ser 4º en Abu Dhabi y 3º en la Itzulia, es elogiable que haya estado tan fuerte dos meses después. Esto indica dos cosas claras: primero, que con 26 años sigue progresando, ya que son las dos primeras vueltas que gana; y segundo, una regularidad que le asegura disputar las vueltas grandes con ciertas garantías (el año pasado ya fue 4º en el Giro de Italia), y de hecho será el líder del Bora – hansgrohe en el Tour de Francia, carrera que aún no conoce. Pero Vlasov es un corredor, que haga lo que haga, siempre pasa inadvertido, nunca se hace notar, ni para bien ni para mal. Es un ciclista que no trasmite, que no llega al corazón del aficionado, y a quien apenas se le conoce un gesto de alegría a excepción de la celebración que hizo cuando ganó, no él, si no su compañero de equipo Sergio Higuita, a quien curiosamente disputó la victoria en la llegada a Zinal en la etapa más dura. Vlasov es exageradamente serio, algo triste, cualidad que se identifica a la perfección con la carrera que acaba de ganar.
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