Hay dos declaraciones esenciales para poder entender las razones de lo acontecido en el Campeonato del Mundo de Hoogerheide, sin duda, uno de los mejores duelos de la historia y con seguridad el más presenciado in situ y a través de la televisión. Mathieu Van der Poel, el campeón, título que logró por quinta vez e iguala a los míticos Renato Longo y Albert Zweifel, declaró que la clave de la carrera estuvo en la “tranquilidad y confianza que mantuvo desde el inicio”. Se sintió, dijo, “muy relajado”. En cambio Wout Van Aert, segundo de nuevo (y ya van cuatro), reconoció haber actuado “como un ciclista cobarde que me he mantenido toda la carrera a rueda, por la presión que Mathieu me ha impuesto desde el primer minuto”. Pues eso, que cuando el nivel en el aspecto físico y técnico es tan idéntico, la diferencia, radica, siempre, en la mentalidad.
Pareció que por un día los dos protagonistas se olvidaron, de repente, de lo que había ocurrido durante toda la temporada. Mathieu se olvidó de los dolores de espalda que le dejaron hecho trizas en Koksijde y en Zonhoven. También de las estadísticas, a favor de Wout Van Aert. El belga se ha impuesto en 9 carreras esta temporada, el neerlandés en 6, antes de llevarse el mundial, la carrera más importante. En los duelos directos Van Aert le ganaba por 6 a 4. Sin embargo Mathieu se convirtió en el corredor de siempre: confiado, tranquilo, crecido, arrogante, valiente y listo como pocos. Desde el inició imprimió tal nivel de exigencia a la carrera, que obligó, incluso a Wout Van Aert, a correr a con el paso cambiado porque no se esperaba una ofensiva de ese calibre por parte del neerlandés. Eso hizo que volvieran los fantasmas del pasado, los mismos que habían desaparecido durante las últimas victorias y parecían enterrados para siempre. Pero conviene recordar que las pesadillas siempre vuelven, y a menudo, cuando menos de lo esperas. El imprevisto achicó al gran belga, que sabía que cualquier intento por desprenderse de él, sería inútil, cosa que también ocurría a la inversa, pero Mathieu lo intentó al menos en tres o cuatro ocasiones, y aunque no físicamente, lo derrumbó en el plano psicológico porque fue quien escribió el guión de la carrera, actuó como el campeón antes incluso de proclamarse.
Hay que estar muy seguro de sí mismo para enfrentarse al esprint a un corredor que ha sido capaz de ganar en los Campos Elíseos a los hombres más rápidos del mundo. Es imprescindible sentirse insuperable para echarle un pulso directo a un corredor que este invierno te ha sometido en casi todos los esprint disputados. Por lo visto, Mathieu se acordó del milagro que realizó en la Amstel Gold Race de 2019, su primera gran carrera; de las losas que levantó en la monumental Siena para llevarse la Strade Bianche ante el Campeón del Mundo Julian Alaphilippe; de la obra maestra que ejecutó en el Mur de Bretagne del Tour de Francia 2019 para homenajear a su abuelo Raymond Poulidor; y sobre todo, rememoró el Tour de Flandes que le ganó al propio Wout Van Aert en una situación similar. Y lo volvió a hacer, por eso mencionó que fue una de las tres mejores victorias de su carrera y que se acordará de ella durante mucho tiempo. También lo harán los mas de 50.000 aficionados que vivieron con mucha tensión una carrera inolvidable.
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