Podríamos hablar mucho y bien de la Vuelta a España recién terminada porque, en mi opinión, ha habido hechos que han sido positivos y merecen ser destacados. Sin duda ha sido una alegría ver a todo un Fabio Jakobsen recuperado llevándose tres victorias parciales cuando un año antes casi casi se temía por su vida. Nadie puede pasar por alto la abundancia de recursos que ha presentado, especialmente éste año, Magnus Cort Nielsen, un buscador de tesoros que ha hecho su particular Agosto en la Vuelta a España y se ha convertido en el corredor danés con más victorias en grandes vueltas por etapas (siete), por delante nada más y nada menos que Bjarne Riis, el verdugo de Miguel Indurain en el Tour de Francia de 1996.
También ha sido un motivo de satisfacción ver la firma de corredores como Caruso, Taaramae, Bardet o Majka, grandes corredores que en el caso de los tres últimos llevaban años sin poder ratificarlo en una vuelta grande. Siguen siendo, aunque más ajados, corredores con mucha clase que pocas veces desperdician ocasiones similares. Desde un punto de vista más general, también merece subrayar el coraje que han demostrado en cada etapa casi todos los corredores: unos, aunque actores secundarios, intentando ser protagonistas en las horas muertas del principio; y otros, con objetivos no tan humildes al final de cada etapa disputada al ciento por ciento.
Y qué decir del ganador, Primoz Roglic, un ciclista que ha dejado su marca indeleble por tercera vez consecutiva con una holgura que no se veía desde 1997 cuando el suizo Alex Zulle superó de forma abrumadora a Fernando Escartin (actual director técnico de la carrera) a quién aventajó en más de cinco minutos. Ha sido la victoria más completa del corredor esloveno, un ciclista, tengo la impresión, que gusta a todos los públicos. Roglic es un deportista de una solidez casi inquebrantable: de las seis últimas vueltas grandes que ha finalizado ha ganado tres, y ha sido segundo, tercero y cuarto en las otras tres. Cada vez muestra menos fisuras, algo que se ha procurado por el afán perfeccionista de mejorar constantemente. Es un extraordinario contrarelojista y un gran escalador que cada vez lleva mejor la presión de ser el gran favorito, incluso, diría, que esa aspiración por intentar ganarlo todo se ve más como un acto de profesionalidad, que un ejercicio de un campeón insaciable.
Roglic, se ha ganado el corazón de todos los aficionados pese a impedir una victoria española de un corredor, Enric Más, que ha convencido más que en ocasiones anteriores. El ciclista mallorquín es un corredor diesel, frío, que hace de la cautela su arma más efectiva para la regularidad que exigen las vueltas grandes, algo que al gran público le resulta aburrido o poco atractivo, pero que es el modus operandi de la mayoría de los corredores de sus características. En ésta edición se ha atrevido, al menos, a mirar cara a cara a Roglic en algunas ocasiones, algo que le debe servir para ganar en confianza de cara al futuro, que no tiene porque ser peor que los últimos años en los que su peor puesto en una vuelta grande es un sexto puesto (Tour de Francia 2021), cosa que no todo el mundo puede decir.
La Vuelta a España ha tocado su techo en la última semana, sobre todo en las etapas de los Lagos de Covadonga y en la etapa de Mos, una etapa con un recorrido perfectamente diseñado que los corredores aprovecharon para hacer las delicias del público más exigente. Camino de Covandonga se vivió el ciclismo de dos grandes campeones: Bernal, que puso el arrojo; y Roglic, que le añadió talento. La única diferencia entre ambos fue el rendimiento, que siempre ha caído al lado del ciclista esloveno, pero la propuesta de la delicia que ofrecieron fue del colombiano, que atacó a falta de 60 kilómetros como si faltaran 5. Es un gesto que siempre se le recordará y agradecerá.
Pero lo más exquisito, a mi entender, se dio entre Sanxenxo y Mos. Ése día se unieron la maestría de algunos directores, el coraje de corredores dispuestos a todo,- incluso a perder-, el juego estratégico de diferentes equipos buscando, en parte, el mismo objetivo, y para que no faltara de nada, incluso la debacle histórica de un corredor, Miguel Ángel López, que dejó un episodio inédito, incomprensible, oscuro y a día de hoy aún confuso.
Creo que para cualquiera que vea las imágenes hay un hecho en la que convendrá todo el mundo. El primer y mayor error que desencadenó todo fue del propio corredor. Eso es algo que no admite discusión. López o bien no fue capaz de responder al ataque de Adam Yates por incapacidad física (algo que cuesta creer habiéndole visto ganar dos días antes en el final más duro de toda la carrera), o no supo ver la jugada de los Ineos y los Bahrain, cosa que sería aún peor. Pero el motivo de haberse quedado rezagado y de perder las opciones de un podium que le había costado ganar toda la carrera, fueron exclusivamente de él. El equipo no pudo hacer absolutamente nada en ese momento crucial y definitivo. Lo que vino después es opinable y yo, como lo ha hecho todo el mundo, daré mi versión.
Me parece injustificable retirarse en esas circunstancias, pero intentando hacer un ejercicio de empatía con el corredor citaré algunas razones para intentar acercarme a lo que pudo ocurrir en su cerebro. Miguel Ángel no es especialmente un corredor muy fuerte psicológicamente. En cuanto se tuvo conocimiento de los problemas que llevaron a Tom Dumoulin a su precipitada y provisional retirada del ciclismo, el colombiano fue de los primeros en salir en su defensa y reconocer que él también había meditado en más de una ocasión el mismo destino. Argumentó que el estilo de vida de un ciclista de élite, la presión a la que se les somete y la obsesión por competir se le hacía insoportable y había barajado la posibilidad de dejarlo todo. Sabedor de esa circunstancia y añadiendo un positivo por Covid en enero, el Movistar le permitió estar junto a los suyos hasta mayo y su debut no se produjo hasta el Tour de Romandia. Por tanto poco hay que recriminarle al equipo en éste particular aspecto.
Con esos antecedentes, es comprensible (pero para mi inaceptable) que el sábado cuando el Ineos y el Bahrein le condujeron a un precipicio inimaginable, sintió tal vértigo que echó todo por tierra: su podium, su prestigio y la imagen del equipo. Fue el triste protagonista de una circunstancia bochornosa, impropia de un ciclista de su nivel.
Es cierto que aún hoy en día se banalizan muchos de los problemas psicológicos que puede padecer cualquiera, pero no asumimos que deportistas de élite puedan sufrir desenlaces similares. Les atribuimos poderes sobrehumanos que en nada se ajustan a la realidad. Seguramente si López se hubiera caído y, pese a no tener grandes lesiones, hubiera optado por la misma decisión por un problema físico, se hubiera aceptado de otra forma, o hubiera sido más fácil de justificarlo. Nadie sabe el dolor psicológico que le produjeron los acontecimientos, pero es que la mayoría de los corredores no abandonan la carrera ni aún habiéndose roto la crisma, y menos cuando te estás jugando un puesto importante en la general, y menos cuando tus directores y compañeros te están, primero intentando convencer, y luego rogando para que sigas.
Pese a intentarlo y aún siendo consciente de las razones antes expuestas, su actitud fue inexcusable y es evidente que no midió las consecuencias terribles que conllevaría semejante decisión, hasta el punto de ser el tema más recurrente de la Vuelta a España en los dos días finales, más incluso que la impresionante victoria de Roglic.
Miguel Ángel López es un corredor extraordinario, pero no posee la fortaleza mental que exige para ser un gran campeón. Siempre será recordado como el corredor que dio una espantada histórica en una Vuelta a España que no dejó indiferente a nadie.
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