La madre de Dylan Van Baarle, el reservado corredor del Ineos-Grenadiers que ayer ganó la prestigiosísima París-Roubaix, hoy estará muy feliz. No tanto, probablemente, porque su hijo haya ganado una carrera que le permite entrar en la historia de este deporte, si no porque como casi cada vez que finaliza una carrera, le hace la pertinente visita antes de volver a su lugar de residencia provisional que actualmente se encuentra en Mónaco. Eso, el amor entre madre e hijo, está muy por encima de cualquier logro deportivo, por importante que éste sea. Porque es probable que su madre, pese a haber sido campeona neerlandesa de pista, no sepa que su hijo ha ganado la carrera de un día más deseada por los corredores del pelotón (30%), ni que eso acrecentará la lucha que mantienen el Ineos-Grenadiers o el Jumbo-Visma (y algunos más) por hacerse con sus servicios para los años venideros con el consiguiente beneficio económico que conlleva. Lo que por encima de todo quiere su madre, y más desde que hace 20 años se divorciara del padre de Dylan (también campeón neerlandés en pista), que sus dos hijos, el ciclista y la hermana de éste, Ashlynn, sigan siendo por encima de todo los pilares y el sentido de su vida.
Pero es probable que hoy Dylan tenga que anteponer algunas obligaciones que conlleva una victoria de semejante prestigio. No es un corredor acostumbrado a las entrevistas, tan discreto y minusvalorado durante tanto tiempo, se ha acostumbrado a que apenas nadie le preste atención pese a tener unos datos que merecen mucho respeto: sub-campeón del Mundo, 5 top-10 en Flandes, o Campeón neerlandés de crono. La semana siguiente a su segundo puesto en el Tour de Flandes tras Mathieu Van der Poel, se vio sorprendido por una llamada de un periodista francés del diario L’Equipe y le reconoció que seguramente era la primera ocasión en la que un diario de ese país le pedía una entrevista.
Evidentemente la estrellas del país neerlandés son Mathieu Van der Poel, Tom Dumoulin o Fabio Jakobsen, amigo íntimo de Dylan con quien comparte el gusto por la música electrónica. Sin embargo, el corredor del Ineos no es un corredor que se rinda al lamento por la falta de reconocimiento ni dentro ni fuera del equipo. Por el contrario, es uno de los corredores que más carga de entrenamiento soporta (25-30 horas semanales de trabajo) para ser uno de los fijos tanto en vueltas grandes (ha estado presente en tres de las victorias de Chris Froome y también en la de Egan Bernal), como en las grandes clásicas, su gran sueño que ya que ha quedado saldado con una exhibición que no levantará estridencias pero que está a la altura de las grandes gestas.
Ni rápido, ni espectacular, tiene que aprovechar los puntos muertos que se dan en la carreras para marcharse de los mejores, esos instantes en la que los corredores aprovechan para darse un respiro, calmar el dolor de piernas y trazar los nuevo movimientos. Siempre intenta improvisar un jugada que sorprenda a los grandes favoritos, que tampoco se preocupan en exceso por un corredor que no cuenta con los galones que debería. Ayer, su primer movimiento se produjo poco antes de que faltaran 50 kilómetros, antes del pavés del Mons en Pévele, uno de los tres más duros junto con el Arenberg y el Carrefour de L’Arbre. No fue suficiente, porque Van Aert, pese a las dudas, se encontraba totalmente recuperado de la Covid y andaba muy suelto e inquieto, y no permitía muchas alegrías con la ayuda de Kung (ciclista que ha dado un gran paso adelante en todos los aspectos) y de Mathieu Van der Poel, mucho más discreto de lo habitual.
Pero Van Baarle, bueno en todo, excelente en nada, es un ciclista con una clara inclinación al esfuerzo que nunca se rinde, y en uno de esos momentos en los que las piernas piden socorro aceleró de forma suave pero constante para atrapar a los escapados y distanciarse de los favoritos para llegar en solitario a un velódromo que ha sido testigo de las hazañas de los más grandes, a los que ayer nada tuvo que envidiar un ciclista que lejos de los focos de la fama seguirá visitando a su madre que ahora guardará en su vitrina un pedrusco que acreditará la dureza de su hijo como ciclista y la humildad y ternura como persona.
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